Recientemente leí una frase del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, experto en fenómenos económicos, en la que decía que «La austeridad es pobreza para muchos y riqueza para pocos». Si bien él la usaba en otro contexto, relacionado con su profesión, me da pie para darle otra interpretación y aplicarla a mi forma de vivir y pensar. La austeridad es entendida como pobreza por muchos. Para mí, es riqueza. La austeridad es una forma de entender la vida; una forma bastante auténtica y racional, y con muy altas probabilidades de proporcionar estabilidad y equilibrio.
La austeridad es la mesura en la vida; es simplemente tener y disfrutar de lo necesario y prescindir de lo innecesario. La austeridad tiene muy poco o nada que ver con la tacañería, aunque muchos pudieran pensar lo contrario. Digamos que la tacañería es una equivocada interpretación de la austeridad, llevada al extremo de prescindir también de lo necesario. La tacañería es lo opuesto al derroche. La austeridad es el punto medio
Pero aquí surge otra cuestión. Lo que es necesario es también relativo y subjetivo. Para unas personas son necesarias cosas que para otras no. Cierto; cuando hablo de lo necesario no hablo de necesidades específicas, sino que me refiero a las necesidades subjetivas de cada quien, además de las necesidades básicas generales. Pero me refiero, sobre todo, a las necesidades reales y racionales, y no a las necesidades ficticias que artificialmente permitimos que nos dominen y hasta guíen nuestra vida, es decir, las necesidades que no son realmente nuestras, sino que nos vienen impuestas externamente por el marketing, las modas, o la competencia con los vecinos; o internamente por tratar de llenar con cosas materiales vacíos que son espirituales, o por una mal entendida vanidad que solo trata de esconder baja autoestima.
Aún así, todo es relativo, en función de las condiciones económicas. Hace no mucho, un magnate ruso mando a construir un yate hecho completamente de oro. Obviamente, no necesitó dejar de comer para pagarlo. Muchos, con razón, se llevarían las manos a la cabeza como el colmo de la falta de austeridad; algunos de los cuáles usan el último modelo de smartphone cuando ni siquiera tienen para comer. Algunos de los hombres más ricos del mundo, como Warren Buffet o Ingvar Kamprad, tienen algo en común además de sus fortunas; viven con relativa sencillez y usan un carro con bastantes años a sus espaldas. Unos les admiran por ello, pero no son capaces de hacer lo mismo. Muchos les critican por tacaños. ¿Son tacaños por ello? No lo creo; ellos lo que necesitan es un carro; obviamente no lo necesitan nuevo, porque podrían comprarse trescientos. Tienen simplemente lo que lo que necesitan; ni más ni menos. Su filosofía es la de no malgastar los recursos, se tengan los que se tengan. Eso es austeridad.
Las principales cosas que nos hacen felices son gratis, como el cariño de la gente y, sobre todo, de la familia. La propia naturaleza es otra fuente gratuita de bienestar. El alimento no es gratis, pero es factible alimentarse bien sin gastar mucho. Lo mismo sucede con la educación, a la que la mayoría da escasa importancia. Tratemos de cultivar todo eso, y veremos cómo nuestra escala de valores y nuestras necesidades van cambiando. Seamos nosotros mismos los que decidamos cuáles son nuestras necesidades, y no que otros, sutilmente, nos las impongan. Dejaremos de sentirnos miserables e infelices porque lo que no tenemos ni necesitamos. Nos hará felices la estabilidad y la sensación de autocontrol que ello nos reporta.
Tampoco confundamos la austeridad con el conformismo. Ya que, si bien disfrutamos lo que tenemos, también valoramos nuestro deseo de superación, pero basando el mismo en logros internos y no solamente en la fachada que la gente observa de nosotros. La superación tiene fundamentos espirituales. La mejoría económica que pudiera traer como consecuencia no es un trofeo que necesitemos enseñar a los demás, sino un mejor seguro de vida para nosotros mismos.