El tema referente a la disciplina y la autoridad es uno de los que más comentarios ha despertado. Comentarios de diverso tipo, desde los que atienden y agradecen este tipo de orientación, hasta alguno que defiende métodos “clásicos”, por llamarlo de alguna forma, basados en el refrán de que la letra con sangre entra. Sin embargo, es llamativo que bastantes personas, aplican el método de la sangre, pero no lo defienden; al contrario, comprenden que están cometiendo un error y se sienten culpables por ello, pero no pueden evitar usar la violencia al querer educar. Ya he contestado algún comentario referente a ello, pero el problema es tan común que amerita hablarse de él en un espacio completo.
Dicen que el primer paso, y muy importante, para solucionar un problema, es reconocerlo. Y una vez reconocido ¿qué? Porque el reconocerlo lo que crea es un gran sentimiento de culpabilidad, y, si no va seguido del siguiente paso, solo servirá, para vivir atormentados de ser conscientes de estar metidos en un hoyo del que no se puede salir. Sería fácil preguntarse “Si soy consciente de que lo que hago está mal, entonces por qué no lo dejo de hacer?” Supongo que estas personas se lo han preguntado muchas veces, como se lo habrán preguntado infinidad de personas adictas, por ejemplo, al alcohol o las drogas.
¿Y que tienen que ver el alcohol y las drogas con todo esto? Pues que esto funciona de forma parecida a las adicciones. Los padres quisieran usar otra vía para educar, pero no la encuentran, y recurren a la única que conoce, aun sabiendo que es equivocada. Y al mismo tiempo esa vía les sirve como válvula de escape y desahogo para descargar la frustración y la culpabilidad que sienten, además de otras múltiples frustraciones. Es el mismo círculo vicioso que en las adicciones; de hecho, diría que es también una adicción desde el momento que lo hacen más como desahogo de la frustración que como método educativo, que ellos mismos comprenden que no funciona.
No es fácil salir de ese círculo vicioso. Frecuentemente se necesita paciencia y asistencia profesional, que les ayudará a aprender a permanecer serenos y firmes a la vez al aplicar los criterios educativos. Aunque tengamos razón, cada vez que levantamos la mano o el cincho, la estamos perdiendo, y por tanto, estamos perdiendo autoridad en vez de ganarla. Es un impulso momentáneo en el que no somos conscientes; inmediatamente después sí, y ahí viene la culpa. En el instante de la cólera respiren profundo y cuenten hasta diez (pero no tan rápido). Por un momento serán conscientes de que se han vencido a si mismos, al “monstruo” que llevan dentro, y eso les ayudará a estar más serenos y ganar confianza. Los hijos también se sorprenderán de la respuesta no violenta, y entonces ustedes aprovecharán ese desconcierto en ellos para desarmarles con las palabras adecuadas, explicando tranquila y suave, pero firmemente por qué las cosas deben ser de esta o aquella forma, y así van a ser.
Aunque siempre habrá resistencia, será más sencillo con los hijos pequeños, y tanto más complicado más cuanto mayores sean, especialmente si son adolescentes, porque ellos a veces aplaudirán el cambio, y a veces lo retarán, lo que motivará una nueva tentación de volver a los métodos violentos. El permanecer serenos, firmes y dialogantes ante dichos retos es clave para el éxito, porque será ahí donde los adolescentes empezarán a detectar la verdadera autoridad, la que se emana con la palabra y con la actitud, y no con el golpe.