El autismo es un transtorno generalizado del crecimiento que se manifiesta en varios síntomas que pueden variar en aparición e intensidad, tales como dificultad para comunicarse y relacionarse con otros, conductas repetitivas, dificultades para aceptar los cambios en el ambiente que les rodea, obsesión por algunos objetos y/o rutinas, o por memorizar intrascendencias, por ejemplo. Todas estas características les llenan de frustación; por lo tanto son niños muy propensos a sufrir frustación, con la consiguiente rabia y enojo secundarios, que les producen tendencia a autoagredirse o agredir a aquellos que les rodean.
Esta es una de las características que hace mas difícil su manejo, ya que no sabemos como actuar ante un niño que se golpea contra las paredes o que se araña o que golpea y araña a otros cuando le sobrevienen esos ataques de rabia y frustación.
Es importante intentar acostumbrar al niño, desde que está muy pequeño, a serenarse. Esto se lleva a cabo más fácilmente mediante técnicas como un abrazo contenedor. También puede intentarse aislarlo sin violencia hacia un espacio preferido por él y/o proporcionarle algún objeto transcicional con el que hemos notado que suele serenarse. No responda a la agresividad con gritos o más violencia.
Otro aspecto importante en el manejo de la agresividad son los fármacos, que bien dosificados y seleccionados, mejoran mucho estas etapas de agresividad. Debo aclarar que no me refiero a usos de sedantes, sino más bien antipsicóticos, en dosis muy bajas, y/o, mejor aún, betabloqueadores.
El tratamiento del autismo debe ser llevado a cabo por un equipo multidisciplinario capaz de valorar la conveniencia y efectividad del trabajo en equipo como fundamento en el tratamiento de estos niños, incluso el uso de fármacos, los cuales deben ser prescritos por un psiquiatra infantil, que observe la conducta y avances del niño, para elegir el protocolo más adecuado en cada momento.