Entre los ocho y los doce meses de edad, el bebé empieza a articular sonidos que los padres interpretamos como sus primeras palabras, aunque realmente no lo son, sino más bien es la ilusión que nos hace a los padres la precocidad del retoño. Interpretamos que cuando dice TATA-TATA está llamando al “tata”, sin comprender que la lógica es al revés: el sonido TATA lo hemos asociado al papá porque suele ser el primero que articula el bebé, aunque, en principio, sin ningún significado.
En cualquier caso, los padres, emocionados, empiezan a descubrir que se abre el mundo de la comunicación con su hijo. Dicha emoción es lógica, en el sentido de que supone un paso más en su evolución, pero, en realidad, ese mundo se abre mucho antes, porque comunicación es mucho más que palabras; ni si quiera son necesarias las palabras para que haya comunicación. La cara de alegría y la sonrisa del bebé al reconocernos es comunicación. Comunicación es cariño, juego, ternura; es atención, aprobación; es frustración a veces; comunicación es educación. Y todo eso lo hacemos desde que el bebé nace.
Pero comunicación es, sobre todo, nuestra respuesta interior de satisfacción o rechazo ante la existencia de ese ser. Y todo eso, evidentemente, no se inicia a los 8 meses, ni siquiera en el momento del nacimiento. La comunicación es un hermoso y complejo proceso que se inicia en el momento en que cada uno es consciente de la existencia del otro. A partir de ese momento, y durante todo el embarazo, nuestra reacción ante el mismo, y la consecuente actitud, es comunicación que el feto capta. La sensación de satisfacción, caricias en el abdomen, palabras dulces al ser que ya existe, música y sonidos agradables, la voz de sus padres, el cuidado y esmero en la evolución del embarazo, etc., y sobre todo el sentimiento de aceptación o de rechazo ante el embarazo, son mensajes que el feto recibe y asimila.
La importancia de esto es enorme; no ya sólo desde el punto de vista afectivo y de la salud mental, en general, sino que recientes estudios aseguran que cualquier mensaje que el feto capta estimula su sensibilidad y se potencia su capacidad de asimilación, de modo que se vuelve más receptivo hacia ese tipo de mensajes, bien sean estos musicales, de otros idiomas, o de otro tipo.
Comunicación es educación, y ésta empieza incluso antes del nacimiento. Es un error permitir que el bebé, por ser tan lindo, y por ser “el rey de la casa”, haga lo que se le antoje. Elementos educativos como la frustración, los límites, la referencia clara (autoridad) deben aplicarse o proyectarse, junto con el afecto y el estímulo, desde el primer momento.