En las últimas décadas, la búsqueda de la belleza y la perfección física ha alcanzado niveles insospechados. La presión social, los estándares de belleza irracionales y la omnipresencia de imágenes retocadas en los medios de comunicación han contribuido al surgimiento de fenómenos preocupantes.
Uno de ellos, sin duda es la cosmeticorexia. Este término, derivado de la unión de «cosmético» y «anorexia», describe una obsesión desmedida por la estética corporal, que puede tener consecuencias negativas tanto para la salud mental como física de quienes la padecen. Dicha obsesión por el uso de cosméticos, incluso cuando no tengamos necesidad de utilizarlos, preocupa aún más por un detalle: la edad de inicio está bajando y en los adultos el exceso en el uso de productos está llegando a límites cuestionables.
En este caso, la tecnología ha contribuido a empeorar la situación, ya que no solo abarca el uso de cosméticos, si no también intervenciones quirúrgicas. La belleza aspirada suele ser idealizada y hasta impersonal, pues pueden verse personas que parecen copias unas de otras, eliminando rasgos característicos que hacían a alguien especial y le daban personalidad.
Un buen ejemplo es el caso de la actriz Jennifer Grey, que saltó a la fama por protagonizar la película Dirty Dancing (1987). Grey, que tenía una nariz grande, decidió hacerse una rinoplastía para “mejorar su aspecto” y así conseguir mejores papeles. El resultado fue un desastre, y no porque el cirujano hubiera hecho un mal trabajo, sino porque el cambio fue tan grande que ya nadie la reconocía, ni siquiera sus compañeros actores.
«Entré al quirófano siendo una celebridad y salí siendo anónima. Fue como entrar en un programa de protección de testigos o ser invisible», contó la actriz tras el desastroso resultado, pues Grey reconoció que esperaba cambiar su apariencia, pero no hasta el punto de que destruyera su carrera porque nadie reconocía ya a la chica de Dirty Dancing. Perdió su nariz original y con ella se fue su encanto.
Actualmente vemos niñas y niños de 7 a 10 años pidiendo a sus padres operaciones de este tipo, del mismo modo que se han incrementado las compras de cosméticos para dicha edad. Realmente el ser humano es vanidoso per se, pero actualmente se busca una perfección insana, más aún con las imágenes creadas con inteligencia artificial, que son perfectas. Y como digo, se prefiere apariencia a transmisión de carácter con nuestros rasgos.
Las plataformas digitales exhiben constantemente cuerpos «perfectos» y rostros impecables, creando estándares irreales que alimentan la inseguridad y la insatisfacción personal. La presión para cumplir con estos estándares puede llevar a una búsqueda obsesiva de procedimientos estéticos, incluso con riesgo de la salud.
Por lo tanto, es importante que los padres empiecen a darse cuenta que tal vez se han quedado cortos en la educación. Si desde pequeños les indicas a tus hijos del cuidado del cuerpo sano, buena alimentación, higiene e incluso uso de cremitas para el cuerpo – ya no se diga antisolares-, no pensarán tanto en ponerse exceso de maquillaje. Es clave hablarles de la importancia de la cara limpia para evitar comezones, espinillas, infecciones y caries en la boca.
Si bien esto ha sido común, se está desbordando en los últimos tiempos por la excesiva exposición que tenemos en las redes sociales y por lo poco que como padres hemos podido lograr al obviar estas pláticas por considerarlas de adultos.
La cosmeticorexia es un fenómeno preocupante que refleja la presión social y cultural desmedida en torno a la estética. Abordar este problema requiere un esfuerzo conjunto de la sociedad, los medios de comunicación, la industria de la belleza y los individuos. Al promover la aceptación personal, la diversidad y la salud mental, podemos trabajar hacia una sociedad que valore la belleza en todas sus formas y dimensiones.