Tal vez sea la propia dinámica de la vida moderna la que hace que un corazón, como el del salvadoreño, que es alegre y generoso por naturaleza, se vea envuelto en desconfianza, proyectando una imagen cada vez más hermética, y una actitud cada vez más fría, defensiva e insolidaria. Pero basta recordarle al salvadoreño, en la forma adecuada, lo importante de su colaboración, por pequeña que sea, para que se sienta protagonista de una buena acción, y para que esa generosidad natural salga del escondite y brote a raudales.
Todos sabemos que estas fechas de celebraciones que se acercan son proclives a accidentes y a múltiples circunstancias que demandan gran cantidad de sangre; la propia situación de violencia social extrema que vive el País es demandante de sangre permanentemente. Son situaciones dolorosas para todos, pero más aún para algunas familias que necesitarán de la colaboración de los demás para que sus seres queridos sigan viviendo. Numerosos voluntarios salvavidas, derrochando esa generosidad y espíritu de servicio siempre están listos para, incluso, arriesgar sus vidas para salvar a otros. Los cuerpos de seguridad también están dispuestos.
Sólo faltan dos grandes actos de generosidad, y en ambos el protagonista es usted. El primero es que, por favor, done sangre. Es un acto sencillo en el que uno nada pierde, puesto que la sangre no es algo que se gaste; la dosis de sangre que nos extraen la regenera el propio cuerpo en poco tiempo. Y de esa sangre no se va a hacer mal uso; puede estar seguro de sólo servirá nada menos que para conservar la vida a alguien. El segundo acto de generosidad, es que extreme precauciones y nos honre con su existencia y su salud después de las fiestas. Disfrute con sensatez; se supone que la sangre que va a donar es para otros; no para usted mismo. Y… si tuviera que ser para Usted, qué bueno que usted y otras personas generosas la habían donado.
Y después de las fiestas… vuelva a donar sangre. Hágalo cada cierto tiempo y eduque también a su familia como donantes. Lo ideal sería no tener que recurrir a los llamados apelando a la generosidad, sino sentir el compromiso de solidaridad de una forma sistemática, del mismo modo que se pueda sentir el compromiso con los ritos o preceptos de una religión, por ejemplo; y eso es algo que se vive y se educa desde la niñez. Si le dan una tarjeta de donante frecuente no es para obtener descuentos en ninguna parte, sino para que pueda mirarla y sentir la satisfacción que da el ser generoso; el orgullo de ser “héroe nacional”.