Los intentos de parte de las autoridades para regular la venta y consumo de alcohol, deben valorarse positivamente por su intención de agarrar el toro por los cuernos, lo cual nadie había intentado hasta años recientes; sin embargo, cabe preguntarse si es realmente por los cuernos por donde se ha agarrado.
Creo que los cuernos de este toro están firmemente asentados en nuestra cultura. El alcohol es un valor cultural que casi todos asimilamos desde que tenemos un mínimo uso de razón. Aprendemos que el hermano mayor, o el primo ya pasó al status de “hombre” porque ya le dejan echarse sus traguitos. Aprendemos que “el tata” deja de estar con su familia algunas noches, o los fines de semana, para irse a “chupar”. Aprendemos que cuando hay una reunión, los hombres la pasan en corro, en torno a unas botellas. Aprendemos que no se puede concebir la diversión sin alcohol; y que cuanto más alcohol, más diversión. Aprendemos, en definitiva, que el alcohol es clave de la hombría y de la felicidad.
Los valores culturales siempre son más fuertes que la ley. Cuando se trata de aplicar la ley contra un valor cultural, suele pasar que éste encuentra la forma de evadirla, o que tras un primer intento la autoridad se siente impotente y desiste, o bien, que se genera una doble moral: la legal y la cultural; pero de una forma u otra, el valor cultural sobrevive.
Un valor cultural se combate con su contravalor y con valores alternativos, y ello requiere una decidida tarea educativa, a medio y largo plazo, en la familia y en la escuela, mostrando el alcohol como un antivalor, como una droga más que es. A corto plazo nunca se han encontrado soluciones eficaces, y se han ensayado muchas. Cuando terminemos por aceptar que, sencillamente, nos estamos sentando en nuestra propia estaca, y mostremos a nuestros hijos nuestra desgracia, entonces habrá esperanza para ellos.