Abr
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EL CULTO AL ALCOHOL

La polémica que levanta siempre cualquier intento de regulación de la venta y consumo de bebidas alcohólicas, deja una conclusión clara, y es lo importante que es para nuestra cultura el consumo de alcohol; y aunque en otros temas hay una clara disociación entre la cultura de unas clases sociales y la de otras, no así en este tema. La misma cara de emoción puede verse en el bolito que sale del expendio el viernes por la tarde, con su dosis de “guaro” para el fin de semana; que en los “bebedores sociales” de estratos superiores cuando se reúnen en torno a unas botellas de licores más finos.

Es evidente que el alcohol encaja en la definición del término “droga”, pero es difícil aceptarlo como tal, con todo el estigma que ello conlleva, cuando desde que nacemos aprendemos a convivir con él y a valorarlo como símbolo de la hombría, de la alegría y la diversión, que son a su vez, valores fundamentales de nuestra cultura latina.

Claro que es necesario algún tipo de regulación, pero una simple regulación, sin una reeducación cultural podría ser un arma de doble filo, en base a la misteriosa tentación que despierta en el ser humano todo aquello que está restringido; más aún tratándose de algo que se valora. De este modo, el alcohol no es como otra cosa cualquiera que se puede tomar o dejar, permitir o prohibir, en función de sus efectos en la sociedad, sino que su valor simbólico está incluso por encima del valor de los posibles efectos negativos que pueda causar, incluida la pérdida de la vida, porque, aunque somos conscientes de que el alcohol hace daño, en principio no lo vemos como un daño cierto e inmediato; sin embargo, sí vemos como cierta e inmediata la alegría y diversión que el alcohol simboliza. En estas condiciones, el alcohol no solo es consumido sin reparos, sino hasta defendido y protegido por la legislación, puesto que ésta no es sino una proyección más de nuestra cultura.

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