Algunos llaman al “español” el idioma de moda. Y no es para menos si se tiene en cuenta que existen 470 millones de personas en todo el mundo que hablan esta lengua. Además, hay más de 21 millones aprendiéndolo, muchas de estas en China. Sin embargo, el español tiene un gran enemigo: los propios hispanoparlantes.
Tal es la obsesión de algunos padres porque sus hijos aprendan el inglés -catalogado en algún momento como “el idioma del futuro”- que a veces descuidan el español. De hecho, en muchas instituciones educativas de El Salvador es tanta la prioridad del inglés -más de 75% de las clases son en esa lengua- que el español que se aprende tiende a ser básico, con poco vocabulario y muy propenso a los errores ortográficos y de puntuación.
El fenómeno todavía se acrecienta más en Estados Unidos con los hijos de salvadoreños, quienes sienten cierta aversión por el español. Lo consideran un idioma secundario, que no abre demasiadas puertas y por eso se minimiza hasta la negación. Además, muchos jóvenes creen que son más estadounidenses por no hablar el español. Y los que lo hacen, usan muchas palabras en inglés a pesar de que existen sinónimos en español. Por eso resulta importante que los padres motiven a sus hijos a aprenderlo y a hablarlo con orgullo.
Cada vez son más comunes los errores de ortografía, incluso en los periódicos. Y lo peor es que ya no está mal visto en todo el mundo hispanoparlante. Empezando por los periodistas, que escriben con errores inconcebibles. En El Salvador, por ejemplo, ha decaído mucho la educación y el nivel cultural. Lo podemos ver en los políticos, cuando comparten ideas u opinan en las redes sociales con faltas de ortografía que harían sonrojar a un niño de sexto grado. Muchos prefieren contratar a un asesor para manejar la comunicación y evitar papelones, pero aún así es frecuente ver errores graves.
A veces la confusión llega a tal punto que uno ya desconfía de una palabra escrita correctamente, ya que la ha visto más veces mal escrita que bien. Eso es producto, además, de que se lee cada vez menos. La literatura es un buen refugio para la ortografía y la buena redacción. ¿Quiere algún ejemplo? Usted tal vez usa la palabra “aperturar” porque la ha oído o leído mil veces en los medios de comunicación. Bueno, tal palabra no existe; solo existe “abrir” y se dice “abrir”, así de simple; no se necesitan complicados inventos.
En los últimos tiempos, la irrupción de las redes sociales ha dejado al descubierto este problema de la mala ortografía y lo expone de una manera cruel. Sobre todo con el Twitter o Facebook, donde es muy común ver la opinión de un político o un funcionario con gravísimos problemas para construir una frase, y ni hablar de deficiencias ortográficas. Mientras que antes eso quedaba en lo verbal o en un mensaje escrito que no se hacía público, ahora todo se vuelve viral con una velocidad asombrosa. Eso es porque se descuida la preparación académica, incluso la de nuestros gobernantes, que no tienen ni adecuada preparación ni verdaderos asesores en la materia.
En síntesis, ya no interesa demasiado depurar el idioma, sino transmitir un pensamiento a la ligera, sin medir muchas veces ni la forma ni el fondo. El idioma -nuestro idioma español- ya dejó de ser una prioridad y no lo asociamos a nuestra identidad… Una tendencia peligrosa.