Jun
27

EL EXILIO

Es sorprendente la ambivalencia con que se maneja en El Salvador la actividad de los llamados “coyotes”. Por un lado, condenándolos como si hubieran cometido el mayor de los delitos jamás visto. Y por otro aceptando que ese es el medio mediante el cual se han ido muchísimos de los más de dos millones de hermanos lejanos, de los cuales estamos tan orgullosos y agradecidos, porque son los que sostienen nuestra economía desde USA.

No nos engañemos, los coyotes son una realidad inevitable en nuestro país; y lo son simplemente porque la emigración ilegal es eso mismo, una realidad inevitable; una de las grandes y tristes realidades nacionales. La actividad de los coyotes, independientemente de la honestidad con que la practiquen, que ese en otro tema, forma parte de los mecanismos de subsistencia del país, que para sobrevivir necesita exiliar una gran parte de su población, la inmensa mayoría de la cual de la cual no es aceptada por las vías legales.

Lo sorprendente es que los esfuerzos parecen encaminarse más a que el hermano lejano pueda permanecer fuera, que a que pueda regresar, o a que pueda permanecer en su propia tierra sin verse obligado a exiliarse, como entendiendo que el emigrante es un problema aquí, y una solución fuera. Lo triste es que dos millones de personas que tienen una patria, tengan que marcharse a otra, rompiendo familia y raíces, para poder sobrevivir, tanto ellos, como los que aquí se quedan; o para poder sentirse útiles; para sentir que existe un espacio para su recurso. Y lo conmovedor es la nobleza de estas personas, que siguen conservando todo el amor y ningún rencor por la tierra que no les dio oportunidad; que sueñan con ella en la distancia, después de haber soñado con marcharse cuando en ella estaban.

No deja de ser contradictorio que esa presunción de que el país marcha bien, sea en base a renunciar al que dicen que es su mayor valor: el capital humano; que se fundamente en la utilidad económica que la emigración reporta, y que a la vez se olvide del daño humano que ello representa, y que en algún modo ya estamos pagando. No deja de ser contradictorio que mientras se pretende fomentar el valor de la unión familiar, las familias tengan que romperse para sobrevivir; ni que una feroz presión comercial ofrezca las mil y una maravillas a una población que, mayoritariamente, nunca tendrá acceso a ellas, al menos en forma honesta; ni deja de ser contradictorio que sintamos orgullo de los compatriotas que destacan en el primer mundo, sin que a la vez sintamos cierta vergüenza porque no pudieron destacar aquí, en el tercero.

No deja de ser significativo que el campesino, que únicamente aspira a poder comer sus tortillas cada día, tenga que exiliarse porque ni siquiera para eso le alcanza la cosecha que le permite la imprevisible madre naturaleza, y que no le ha robado cualquier mañoso; ni que el sueño americano de miles de profesionales capaces de mejorar su país, que tanto lo necesita, consista en ser obreros, cuidar niños, o limpiar calles en alguna otra parte. Ni deja de ser significativo que este sea el resumen de un lamento bastante general de un sector muy minoritario, el de las personas que acuden a un consultorio privado de salud mental, que son las que tienen recursos para ello; a saber cuál será la queja de quienes no los tienen. ¿Es que no puede existir un “sueño salvadoreño”? Los coyotes nos están diciendo que no.

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