En algunas especialidades de la salud, incluida la salud mental, sucede a veces que un profesional extranjero con los oportunos contactos en el País viene por un periodo de tiempo acá a pasar consulta a personas que le esperan como quien espera al gurú. Estos profesionales, cobrando honorarios desorbitados, y amparados en nuestro característico malinchismo, y en la pasividad del Consejo Superior de Salud Pública, pueden hacer una excelente recaudación en un par de semanas, al grado que, además de compensarles el pasaje y la estancia, les deja un suculento beneficio.
No voy a discutir su calidad profesional; me imagino que ha de ser acorde a la demanda que tienen en su país de origen, y que les permite el suficiente tiempo libre para ir a buscar el negocio a otra parte. Lo que me llama la atención es la actitud de aquellos que discuten los honorarios habituales de las consultas médicas, y acuden, pagando cantidades hasta diez veces superiores, al otro profesional foráneo, de cuyo currículum lo único que importa es que viene de fuera.
En lo concerniente a la salud mental, particularmente la infanto-juvenil, he detectado que algunos de los consultantes de estos profesionales son personas cuyos hijos manifiestan problemáticas que se han venido incubando desde hace tiempo, como consecuencia de una escasa e inadecuada atención y seguimiento de su evolución por parte de los padres. Consultando a estos profesionales, los padres lavan su conciencia al gastar “una fortuna” en que a sus hijos los trate un profesional extranjero, aunque a penas los vea dos o tres veces. Lógicamente, después de las dos o tres consultas, el problema persiste, tanto en los hijos, como en los padres, que siguen convencidos de que “más ya no pueden hacer”.
No nos engañemos; en salud mental no existen varitas mágicas, ni aquí, ni en el extranjero. Deben ser los propios padres los mejores especialistas en preservar la salud mental de sus hijos, y ello requiere responsabilidad, compromiso, vocación y dedicación. Cuando la salud mental se desvía, y se busca la ayuda de un profesional, hay que estar conscientes de que reconducir una conducta requiere de cierto tiempo y seguimiento, y no exime de responsabilidad y compromiso a los padres, que deben prestar su colaboración necesariamente; de otro modo, no hay mucho que se pueda hacer.