Nov
22

EL NARCISO EN MI: SELFIES

Un teléfono inteligente. Una locación. Una pose. Un click, una ráfaga de fotos. Un par de filtros, una aprobación, y a las redes… Ese, básicamente, es el proceso completo de una selfie, una palabra que irrumpió con fuerza en nuestro vocabulario y que grafica la acción de tomarnos un autorretrato. Casi nadie puede resistirse a la tentación de las selfies.

En España se le llama postureo, es una forma de promocionar y reconfirmarnos a nosotros mismos que somos personas atractivas, especiales, que llamamos la atención y que gustamos. Además, gracias a las redes sociales, hay una manera de medir y comparar esa aceptación y es en forma de likes. Una buena cantidad de ellos nos pueden cambiar el humor. Una baja cantidad nos puede sumir en la depresión…

Cuando estamos de viaje buscamos la selfie más atrevida, incluso a veces arriesgando la vida, como múltiples casos de personas -278 hasta el año 2018- que han muerto al caerse de acantilados, balcones o ser atropelladas en su afán de la foto perfecta. Todo porque sabemos que una buena foto generará además comentarios como “qué bien”, “qué suerte” o “qué belleza” que nos provocan una sensación agradable. El resto del tiempo podemos ser simples mortales, pero nos hemos anotado un gol.

Quizás haya que aclarar que esto no es nuevo, es tan viejo como la naturaleza humana. De hecho, la vanidad es uno de los siete pecados capitales. Sin embargo, gracias a la tecnología ahora es muy fácil lograr que nos mire una cantidad considerablemente más grande que antes. Todo está hecho para que luzcamos mejor. Los nuevos teléfonos, con sus maravillosos lentes y filtros, nos permiten además controlar nuestra imagen mejor que antes y publicamos lo que deseamos, lo que nos agrada y nos hace sentir gloriosos. Las selfies son el complemento perfecto del espejo. De esa ráfaga de fotos elegimos la mejor, le agregamos filtros y, de ser necesario, le quitamos arrugas o expresiones no deseadas hasta lograr la “perfección”.

Es el colmo de la vanidad. En artistas o gente de los medios podría justificarse, pero ellos llegan a abusar, creando expectativas falsas y que desmoralizan aún más a los mortales de a pie, quienes también pueden utilizar estos mecanismos para mejorarnos. Son síntomas de la superficialidad en la que vivimos. Se valoran las mejoras externas y cada vez nos preocupamos menos de mejorar internamente: en conocimientos, en valores o calidad de seres humanos. Nos hemos vuelto más frívolos.

Existe una pieza de humor gráfico –muchos lo llaman meme- que retrata a la perfección la compulsión por las selfies. Muestran una foto del astronauta Neil Armstrong y dice “Fue a la Luna y tomó cinco fotos”. Le sigue otra de una jovencita con la leyenda: “Fue al baño y tomó 36 fotos”. Aunque parezca increíble, a esa patología la llaman “selfitis”, aunque la Asociación Americana de Psicología (APA)  no la reconoce como una enfermedad (todavía, creo yo).  

Sin embargo, un estudio publicado en la International Journal of Mental Health and Addiction en la que los investigadores Janarthanan Balakrishnan (Escuela de Administración Thiagarajan, India) y Mark Griffiths (Universidad Nottingham Trent) concluyen que “el deseo obsesivo compulsivo de tomarse fotos y publicarlas en las redes sociales es una manera de compensar la falta de autoestima y llenar un vacío en la intimidad”.

La obsesión por las selfies y el culto a la imagen nos hace vulnerables, pero también dificulta más las relaciones humanas verdaderas, el ser y aceptarnos tal como somos. Demostrar que si queremos mejorar, debemos esforzarnos desde adentro, con tenacidad y no solamente aparentando muchas veces lo que no somos. Algo importante: queremos vernos bien no solo por autocomplacencia, ya que ésta se queda corta si no la compartimos. ¿De qué sirve tener zapatos bonitos, autos lujosos, maquillajes, viajes exóticos si no podemos hacer que se entere el mundo?

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