Dic
16

EL NIÑO DEL TAMBOR

Cada vez son más las personas que al llegar las fechas navideñas manifiestan sentirse estresadas, y no es sin razón. El tránsito vehicular se incrementa sensiblemente; el peatonal también; tenemos en la cabeza más cosas de lo habitual; las colas en los comercios son enormes; tenemos muchas cosas que preparar y muchos regalos que comprar. Y todo para que al final siempre haya algo que no sale bien, alguien que dice algo inoportuno, o que recibe con indiferencia nuestro regalo, o cualquier cosa que hiere nuestra susceptibilidad latina, y nos amarga la fiesta, desbordándose entonces todo el estrés, en forma de lágrimas o de enojos desproporcionados. Y para colmo, comprobamos que Santa ha sido más generoso con el vecino que con nosotros; quizá a él le trajo el carro con el que tanto soñamos, o la pantalla plana gigante, o el teatro en casa, o cualquier cosa que haga que nuestro primer propósito de año nuevo sea no ser menos que él, aun a costa de endeudarnos más todavía.

Cada vez más la Navidad se convierte en un cúmulo de compromisos con los demás y con nosotros mismos; compromisos cada vez más materiales y menos espirituales; compromisos no siempre deseados y que cada vez nos satisfacen menos y nos estresan más; compromisos que cada vez más nos dejan la sensación de cumplirse no porque realmente se desee, sino para tener la sensación de estar a la altura de los demás, y para que los demás vean que lo estamos; o para que los demás vean que nos acordamos de ellos, aun cuando de algunos solo nos acordamos precisamente a la hora de hacer la lista de compromisos de Navidad.

Siendo esto así, se entiende el auge cada vez mayor que tiene la industria del regalito, que respetando todavía en el mes de Enero la maltrecha economía de los consumidores, invade desde el mes del amor y la amistad casi todos los meses del calendario para descargar en esta época toda su presión mercadotécnica, ofreciendo infinidad de productos, de los que mil y uno son de esos creados a propósito para cumplir con dichos compromisos; y ofreciendo también mil y una tarjetas con el mensaje de felicitación ya impreso, creadas a propósito para quienes no tienen nada que decir, siendo prácticamente imposible encontrar una tarjeta en blanco para escribir algo nacido del corazón, aunque sea con mala letra y errores de ortografía. Ha de ser porque las primeras tienen mucha mayor demanda.

En definitiva, cada vez más se resuelven los compromisos navideños con soluciones materiales, casi siempre frías e impersonales, que no cuestan esfuerzo, que no suponen aporte ni compromiso personal, que son creadas y producidas por otros, costando solamente dinero, y que únicamente sirven para dejar constancia de que «ya cumplí con ellos» o «ya cumplieron conmigo», pero no para llenar el corazón, ni el de los demás ni el nuestro, porque les falta la huella, el carácter y la emoción de quien únicamente se limitó a trasladarlas, por compromiso, del almacén al destinatario.

Me estaba acordando del villancico del Niño del tambor, que llegó a visitar a Jesús sin nada más que su tambor, y con él le dedicó una canción. También llegaron los Reyes Magos, con regalos valiosos. Pero podían haber llegado sin nada en la mano y hubiera sido lo mismo. De hecho, no se lo agradeció Jesús más que al niño del tambor; ni menos tampoco. Lo que agradeció Jesús a ellos, y a todo aquél que viajó para visitarle fue precisamente ese interés, esa ilusión y ese esfuerzo por estar allí, por ser partícipe de su llegada. Lo que agradeció Jesús fue ese compromiso espiritual.

Lamentablemente, nosotros poco a poco nos hemos ido acostumbrando a dar lo material y a esperar recibir lo material; en parte motivados por la fuerte presión comercial que constantemente nos invita a disfrutar de lo material, y en parte porque los valores fundamentales de la cultura occidental actual tienen carácter material. Y no es que tenga nada de malo lo material; el problema es que ha desplazado a lo espiritual. Y a tal grado nos hemos acostumbrado a ello que cualquier impulso por ofrecer un compromiso de tipo espiritual y no material esta navidad automáticamente se ve frenado por el temor a quedar mal, a no cumplir, a no responder a lo que otros esperan de nosotros. No obstante acordémonos de qué es lo que Jesús esperaba cuando nació, que es lo mismo que Dios espera de nosotros. Arriesguémonos a regalar algunos compromisos espirituales, pero de los de verdad, y probablemente nos sorprenderemos de los resultados, a corto, y sobre todo a largo plazo, y nos sentiremos menos estresados.

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