En vísperas de una Noche Buena me encontraba yo en una gran juguetería, comprando algún regalito de última hora. A la salida, un niño de no más de diez años, que estaba vendiendo periódicos, me preguntó: «¿Quiere que le regale un periódico?». ¿Y por qué me lo ibas a regalar?, pregunté yo, un poco sorprendida. «Porque un señor me lo pagó y me dijo que me quedara con él», contestó. No acepté, y hubiera querido superar en generosidad y creatividad a ese señor, pero no se me ocurrió otra cosa más que hacer lo mismo que él, así que insistí en pagarselo, para después volver a decirle que se lo quedara. El muchacho, que ya no había entendido el primer detalle, se miraba sorprendido de que le pasara dos veces seguidas algo «tan extraño».
Pero más sorprendida me sentí yo de observar tanta pureza donde menos se espera. No sé cuántos periódicos tendría que vender ese niño para que las comisiones sumaran el valor de un periódico; tampoco sé cuántos para ganarse la comida de ese día, y me imagino que él tampoco lo sabía, ni parecía importarle mucho; y por supuesto, no porque no lo necesitara. Y quién sabe también cuántos periódicos tendría que vender para que le visitara Santa, aunque fuera con el más pequeño obsequio de todos los que salían por esa puerta; cuestión que, probablemente, él ni siquiera se había planteado; y no porque no le hiciera ilusión, como a cualquier niño, que Santa le visitara.
A veces he dicho que en las condiciones de vida que son habituales en amplios sectores de nuestra población, no es que se pierdan los valores, sino que hay pocas oportunidades de adquirirlos desde niños; porque normalmente, en esas condiciones en las que únicamente se aspira a sobrevivir cada día, el valor fundamental es la propia supervivencia, y sus valores asociados son todos aquellos que la hacen posible. Por eso, no es tan fácil que la verdad anide como valor fundamental, cuando muchas veces el engaño llega a ser más útil para la supervivencia. En esas mismas condiciones no es tan fácil que la rectitud impere, cuando muchas veces supone un obstáculo más para sobrevivir. Pero ello debe interpretarse en forma general, porque es reconfortante comprobar que sería un error entenderlo estrictamente al pie de la letra. Y más reconfortante resulta en Navidad.
Mientras, la gente salía de allí llena de juguetes; muchos de ellos, seguramente, regalos de compromiso; regalos generosos que en muchos casos sus destinatarios abrirían sin especial ilusión, para después guardarlos como»un juguete más»; o tal vez los disfrutarían un rato; quizás un día o dos, antes de terminar rompiendolos u olvidandolos. La mayoría de esas personas simplemente ignoraba al niño que les ofrecía un periódico; otros ni siquiera le podían ver porque se lo impedía el tamaño de los regalos que llevaban. Muchas de esas personas ya habrían comprado, o lo seguirían haciendo, un montón de cosas más para celebrar la Navidad. Probablemente casi todas ellas estarían en sus casas buscando al niño Jesús en la noche del 24; en su mayoría, tal vez sin éxito, por no saber reconocerle; ya que aquel día, en la juguetería, casi nadie se percató de que el niño Jesús estaba… precisamente ahí, vendiendo periódicos; o mejor dicho, regalando un periódico con un mensaje para el que lo quisiera entender.