Pocos temas en la actualidad generan tanta controversia como la eutanasia, Palabra que proviene del antiguo griego, eutanasia y significa “muerte dulce”. Y es, en otras palabras, la posibilidad que tiene una persona de solicitar liberarse de un sufrimiento -generalmente una enfermedad- que es irreversible y que ella considera intolerable. Mientras que en algunos países es legal, como en los pioneros Holanda y Bélgica, en la mayoría sigue estando fuera de la ley. Sin embargo, el debate y la polémica no tienen fronteras.
En mi opinión, no vale la pena vivir contra su propia voluntad. No, bajo ninguna circunstancia. Me viene a la mente el reciente caso del científico australiano David Goodall, de 104 años. Él no tenía una enfermedad terminal, pero argumentaba que su calidad de vida se habia deteriorado significativamente en los últimos años y quería morir. Como en su país era ilegal, pidió asistencia a la organización suiza Exit para suicidarse. Allí le suministraron un medicamento letal y murió plácidamente escuchando las melodías de la Novena Sinfonía de Beethoven y cantando un verso de la ‘Oda a la alegría.
Por supuesto, esto no aplica para todos los casos, sólo en aquellos en que se han agotado todos los recursos físicos y emocionales, y cuando las personas lo solicitan. Se ha dado el caso de alguna niña con enfermedad terminal incurable y dolorosa que lo ha solicitado. En cambio, una madre de varios hijos deseó llegar hasta el final con todo y los dolores para estar más tiempo con sus hijos.
Aquí, como vemos, la clave es la voluntad del paciente. Y entonces nos preguntamos, ¿hasta qué punto debe ser respetada la voluntad del enfermo? Es cierto que hay que agotar recursos, pero la vida puede ser imposible de vivir para muchos, aun sin necesidad de estar enfermos de algo visible. Quizás por eso existen más suicidios de los deseados, y más aún teniendo en cuenta que se suele mentir bastante cuando la muerte es suicidio, a veces se la “disfraza” debido a los estigmas sociales, culturales y religiosos. No nos olvidemos de la frase “la vida solo la da y la quita Dios”. Antes, por ejemplo, al suicida no se permitía ser enterrado en suelo sagrado ni eran dignos de ofrecerles una misa.
También es bueno diferenciar los conceptos de eutanasia y suicidio asistido. La eutanasia es “el procedimiento voluntario y consciente que realizan los médicos para poner fin a la vida de un enfermo terminal, a petición del mismo, con el fin de acabar con su sufrimiento”. En el suicidio asistido, en cambio, el médico no acaba materialmente con la vida del paciente, simplemente se limita a poner los medios y asesorar al paciente, para que sea él mismo quien se quite la vida. Un caso particular de eutanasia es cuando interrumpen el tratamiento que le estaban dando, acelerando así su final. Esta eutanasia se conoce legalmente como ortotanasia, aunque comúnmente se la llama muerte digna, o eutanasia pasiva.
Por el momento, solo en cinco países la eutanasia es legal. Holanda fue el primer país del mundo que la legalizó, en el 2002. Luego le siguieron Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia, la única en América Latina. Por su parte, el suicidio asistido está permitido en Suiza y cinco estados de Estados Unidos: Oregón, Washington, Montana, Vermont y California. Por lo tanto, cualquiera que lo intente en países que no esté permitido puede acabar condenado por la Justicia.
Incluso donde existe la ley, este recurso debe ser decidido por varios expertos o personas. El debate que genera depende de los países y sus culturas, ya que mientras para muchos es un derecho a una muerte digna, para otras un pecado. Películas como la española “Mar adentro”, con Javier Bardem, o No conoces a Jack, con Al Pacino, ayudaron a visibilizar el tema y conocer todas sus aristas. Esta última trata sobre el médico Jack Kevorkian, más conocido como ‘Doctor Muerte’, famoso por intervenir en más de 130 casos de suicido asistido a enfermos terminales.
En la medida que la sociedad esté más informada, probablemente reciba más apoyo la ley que permita la eutanasia en América Latina. Cuando se ha perdido el sentido de la vida, muchas veces se desea morir. Habría que analizar hasta qué punto podremos llegar y habrá muchos suicidios en lo que se regulará su legalidad. Un debate que como sociedad, tarde o temprano, tendremos que asumir.