Los falsos ídolos existen desde siempre y son toda una tentación. En los relatos bíblicos, por ejemplo, están representados por el becerro de oro. En estos tiempos podemos hablar de los falsos ídolos modernos, que son de carne y hueso y pueden hacernos entrar en un conflicto interno con suma facilidad. Aunque parezca una contradicción, son aquellos personajes que más adora la gente, los que más brillan, los que hacen cosas fuera de lo común. Pero, vale aclarar, destacan más por lo escandaloso que por lo filantrópico. Con o sin talento, brillan por ser diferentes y representan el lado más oscuro de nuestras fantasías.
Es evidente que como humanos necesitamos adorar y aclamar a alguien o algo, y estos falsos ídolos se aprovechan de nuestra condición. Puede ser un músico, un político, un deportista, un actor, un modelo, puede ser el que más “likes” consigue, o un “influencer”, término muy de moda por estos días… Generan cada vez más morbo y apetencia por ver hasta dónde llegan rompiendo límites y siendo hasta perversos… Parece que lo bueno no es “cool”, aburre y es trillado.
Lo peor es que los buenos ejemplos pasan inadvertidos. Como se dijo antes, lo correcto es sinónimo de aburrimiento, porque eso no genera el morbo de estarlos viendo y viendo repetidamente, deteniendo las escenas más provocativas y fuera de lo común. Lo bueno no vende. Los medios de comunicación tienen bastante que ver en esto y sacan partido de esa situación.
Un interesante ejemplo es lo que sucedió en Nueva Zelanda, donde por orden de la primer ministro se decidió omitir el nombre del responsable de la reciente matanza en dos mezquitas de Christchurch, Nueva Zelanda. No solo eso, sino que las imágenes captadas y publicadas se volvieron inmediatamente virales y tuvieron que ser sacadas de las redes sociales rápidamente. ¿Qué hubiera pasado de lo contrario? La idea no es invisibilizar el hecho sino su perpetrador y la forma de realizarlo, ya que lo último que se quiere es que alguien con ansias de fama pretenda inmortalizarse repitiendo dichas acciones.
Es importante detectar una característica que hace especial a los falsos ídolos: el afán de sorprender, teniendo para eso que transgredir cada vez más límites, porque cada vez cuesta más ser diferente. Otra es el amor desmedido por el lujo, el dinero y la fama eterna, detrás de lo cual la mayoría esconde la tristeza de la soledad, la poca relación familiar, los pocos amigos verdaderos, el hastío, la tristeza de pasar de moda y la presión de sus excesos que lleva también al abuso de alcohol, drogas y relaciones desechables.
Las consecuencias de rendirle culto a estos falsos ídolos pueden ser, literalmente, letales. Vemos cada día más muertes por hacerse los selfies más originales y arriesgados, tristeza por no poder ser esos ídolos, inventos de retos virales peligrosos y hasta estúpidos, baja autoestima, depresión, suicidios y adicciones.
Para contrarrestar todo eso, hay un aspecto que es clave: la familia. Solo sembrando el amor y valores auténticos, con un núcleo familiar fuerte, se podrá evitar esa “devoción” hacia esos falsos ídolos modernos. Y basta con cosas sencillas, como disfrutar de la naturaleza, de los atardeceres, las largas sobremesas. Todo lo bello y lo sencillo que llena el alma en un segundo. En esa lista no pueden faltar los grandes abrazos a nuestros seres queridos, las mascotas inocentes que son felices con poco. Aprendiendo que ser feliz no es transgrediendo, sino viviendo una libertad ordenada y simple.
Ídolos no son aquellos que marcan moda o tendencias desde las redes sociales con sus millones de seguidores. No, definitivamente. Son aquellos que nos dan el ejemplo, como el señor de 92 años que iba a sembrar y que fue atropellado, o el socorrista que arriesga la vida para salvar un niño… Sin ir más lejos, todo aquel que se levanta temprano a trabajar de forma honrada o el que dedica parte de su fortuna a ayudar a mejorar el mundo. En fin, cada uno de nosotros cuando actuamos bien sin creernos tontos por eso. Y para los que creen en Cristo, ese en un auténtico ídolo: dio su vida por nosotros sin pedir nada a cambio.