Los actos terroristas del 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos han marcado un antes y un después en la manera de entender la guerra en el llamado primer mundo. Ya no es guerra caliente ni fría; digamos que es “guerra tibia”. Es una amenaza latente y permanente. Mucha gente se pregunta cómo es la mente de los autores intelectuales y materiales de dichos actos para impulsarles a cometer semejante barbaridad. El calificativo que a cualquiera le viene a la mente es el de “locos”. Sin embargo, nada que ver; el loco actúa por sí sólo, y no es capaz de una esmerada planificación, organización y coordinación como las puestas de manifiesto en el mencionado caso. Y ello no significa que un loco no sea capaz de hacer mucho daño; la historia reciente está llena de masacres ejecutadas por individuos aislados. Pero la amenaza permanente a la que estamos sometidos está orquestada por personas o grupos perfectamente cuerdos y organizados
Efectivamente, lo sucedido entonces es el resultado de la combinación de dos factores: un mal entendido mesianismo, y el fanatismo. El mesianismo es la actitud personal (mesías) de liderazgo de un grupo humano, bien sea a través de un fuerte carisma, o de otro tipo de poder, como el dinero; con el objeto de provocar un cambio social importante. Para algunos mesías, como Jesucristo, o Mahatma Gandhi valores objetivos universales como la vida, el amor, la paz, o la libertad, se constituyen en fin supremo de su causa, y a la vez en medio para lograrlo. Para otro tipo de mesías, a la vez fanáticos, como Napoleón, Hitler, o el autor de estos atentados, el fin de su causa es subjetivo e irracional, y los medios para lograrlo también, incluyendo la guerra, el terror y la muerte gratuita de mucha gente.
Al contrario que Jesucristo o Gandhi, que serían los primeros en sacrificar su vida por su noble causa, estos mesías nunca lo harían por la suya, sino que, con una inteligencia privilegiada, se sirven de una población fanatizada por ellos mismos o por la propia cultura extremista y radical, y dispuesta a todo, para ejecutar materialmente sus planes. Ahora el nacimiento del llamado “estado Islámico”, nos indica que la amenaza sigue latente. Sus anhelos imperialistas anacrónicos, al estilo de siglos atrás, debe recordarnos experiencias pasadas, cómo surgieron y cómo crecieron en base a algún mesías que plantea un anhelo particular de poder y gloria infinita, con un mensaje seductor que fácilmente encuentra eco en una población susceptible de ser fanatizada, hasta formar una bola de nieve difícil de parar, provocando algunos de los mayores conflictos mundiales de la historia.
Tradicionalmente, el pretexto más común de los mesías ha sido el religioso, y actualmente no es diferente. Quizás porque la religión se presta a infinidad de interpretaciones, siempre bajo el nombre de un dios todopoderoso, numerosos mesías la utilizan. Por suerte pocas veces es con fines bélicos, pero por desgracia bastantes veces con fines fundamentalmente económicos. Algunos mesías persiguen y encuentran en la religión una forma muy lucrativa de vivir, amparándose en su poder de seducción hacia una población fácilmente manipulable, y en que la libertad de culto les permite zafarse de cualquier control social, porque no es fácil demostrar lo que es culto y lo que es manipulación. ¡Al menos no matan a nadie!