“Que el remedio no sea peor que la enfermedad”. Esa frase, tan repetida en estos días, la utilizan aquellos que sostienen que el confinamiento y el cierre de la economía puede tener peores consecuencias que la propia pandemia. “Si no nos mata el virus, nos matará el hambre”, afirman, urgiendo a que la vida social, comercial e industrial vuelva a su curso lo antes posible.
Es probable que sea una exageración y que la parálisis económica provocada por el Covid-19 no nos mate de hambre; lo que sí es probable es que ese remedio que es la cuarentena obligatoria nos deje graves trastornos psicológicos. Además de exacerbar muchos problemas de conducta y alimentarios, por poner algunos ejemplos, también podría haber creado adicciones en las personas, como una forma de «evadirnos» o distraernos en el confinamiento.
La ludopatía es una de ellas, aunque ante el cierre de casinos solo quedó la opción de apuestas y juegos online. No es un secreto que en varios países se disparó la venta de bebidas alcohólicas. En México se incrementó su consumo un 63%, principalmente de cerveza. En Rusia, las ventas de vodka en las mayores cadenas minoristas aumentaron un 31%, mientras que el whisky y la cerveza escalaron un 47% y un 25%. España tiene números similares. Los que tenían dependencia a los narcóticos seguramente han sufrido la abstinencia a raíz de la escasez de muchas drogas en el mercado, como la heroína. Algunos, incluso, han hecho el paso forzado a la metadona.
Después de dos meses de encierro, uno de los trastornos más comunes es el llamado “Síndrome de la cabaña”. Se empezó a usar a principios del siglo XX, en Estados Unidos, en aquellas zonas donde debido a los largos inviernos, sus habitantes se veían obligados a pasar un extenso período sin salir de su casa. Si bien realmente no es un término psicológico aceptado, ilustra el temor a salir a la calle después de un confinamiento mayor de 50 días. Se sentirá miedo, desconfianza, sobre todo estando aún latente el temor a ser contagiado con coronavirus. Cuanto más amena haya sido la cuarentena, más difícil será volver a salir a la calle sin miedos ni prejuicios.
Algo que influye mucho es la actitud de cada uno, y dependiendo de cómo nos hayamos organizado, el confinamiento puede dejarnos hábitos muy beneficiosos. A partir de ahora podemos ser más higiénicos, más económicos, más seguidores de rutinas y más preparados académicamente, además de haber mejorado nuestras relaciones familiares. Pero también, en caso de afrontarla de manera negativa, se verá reflejado en el aumento de peso, el caos en las rutinas, el abandono físico, la falta del deseo de lucir bien, malas relaciones familiares, nuevas manías y obsesiones.
El Covid-19 nos puede cambiar. Una estancia tan grande entre cuatro paredes hará brotar todo aquello que el tiempo fuera del hogar mitigaba y pueden aparecer nuevos trastornos. Si logramos “sobrevivir” a la cuarentena, probablemente nos volveremos más prácticos y resolveremos más cosas desde el hogar, una de las grandes enseñanzas que nos dejó la pandemia. Hemos aprendido que en muchos casos es factible trabajar desde casa, lo cual puede cambiar la forma de trabajar en el futuro. Además, ya estaremos mejor organizados. Si somos padres de familia de niños pequeños ya estos habrán regresado a la escuela y solo eso será un gran respiro para trabajar mejor.
Al final, la pandemia nos puede hacer más fuertes o más vulnerables, dependiendo de cómo cada ser vive esta experiencia tan atípica. Si sentimos que nos ha dejado de bajo estado, debemos buscar un terapeuta para ayudarnos. Difícilmente se nos olvidará, ni siquiera a los más pequeños. Se ha vivido, y aún seguimos, en una condición de inminente peligro y eso se clava en la memoria a menos que padezcan de una especie de “Belle indiferencia”, lo cual también es nocivo. Normalmente, algo de prevención nos quedará y con ella deberemos vivir el resto de nuestros días.