Jun
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INMORTALIDAD, ¿PERO A QUÉ PRECIO?

Dicen que a todos les llega la muerte. Incluso a la muerte. Eso sugieren, en una versión muy optimista del futuro, el ingeniero venezolano José Luis Cordeiro, y el pionero tecnológico estadounidense David Wood en su flamante libro titulado La muerte de la muerte. En él, los autores fijan una fecha, el año 2045, donde el ser humano se volverá casi inmortal. “La muerte será opcional a partir de ese año”, aseguran.

Todo esto, afirman, es que «gracias a los avances de la ciencia, seremos capaces de parar el proceso del envejecimiento y extender indefinidamente la esperanza de vida». Eso incluye «la medicina regenerativa, los tratamientos con células madre, las terapias genéticas, la impresión 3-D de órganos, la bioingeniería, la nanotecnología molecular, las drogas antiansiedad o las hormonas de crecimiento…»

¿Se han puesto a pensar en eso? ¿Cómo reaccionaríamos si fuéramos inmortales? Creo que depende de las circunstancias de cada quien, y en gran medida dependerá, como sucede ahora, de las clases sociales. Aquellos con dinero y posibilidades de disfrutar la vida, quizás encantados. Pero los pobres que no tienen trabajo o lo tienen extenuante y mal remunerado, no muy bien. Incluso arriesgaría a decir que tampoco sería un paraíso para los adinerados, ya que la vida se volvería monótona. No creo que las posibilidades de vivir y estar sanos estarían a la mano de cualquiera, porque los costos de la “inmortalidad” serían muy elevados y esto no haría más que extender la brecha entre ricos y pobres.

Pero, suponiendo que todos tengan acceso a las tecnologías de rejuvenecimiento, imagino un ser humano diferente. Nuestra personalidad cambiaría por completo. Nuestros planes, por ejemplo, serían a plazos eternos. No tendríamos la misma ilusión por los logros, también algunos se volverían más irracionales e intrépidos para buscar el placer y hasta desbocarse. La idea de la inmortalidad les haría desafiar cualquier peligro, aun si fuera un capricho, como si se tratase de eternos adolescentes

También cambiaría, por supuesto, nuestra relación con la religión. Quizás sea más sutil y/o banal, pues no tendríamos miedo de adónde iríamos al morir. Podría haber más laxitud en los fieles. También, se me ocurre, el trabajo se vería afectado, pues no habría relevos generacionales, al margen de que para esos años quizás los robots ya se hayan apoderado de todos los puestos de trabajo. Podrían crecer las tasas de mortalidad para deshacernos de los que ya viven mucho. No sé, la idea parece un poco descabellada y egoísta.

Imagino ese futuro tan moderno, tan tecnológico, que me da un poco de temor, porque la modernidad no siempre implica cosas buenas. Por otro lado, las oportunidades no llegan a todos por igual… He visto acá en el país personas sin zapatos, y estamos en pleno siglo XXI, el mismo donde algunos lucen calzado Louis Vuitton de 10 mil dólares.

Por todo eso, no creo que en el 2045 se dé la muerte de la muerte. En todo caso será la inmortalidad de los millonarios. Y sí, tendremos una sobrepoblación de ricos y millonarios que puedan acceder a ese nivel de la salud. Habría también más competencia por los mercados que generan ganancias, ya que para disfrutar de la eternidad hay que ser cada vez más ricos y controladores.

Muchos, al final, no morirán de ninguna enfermedad sino de aburrimiento. Se me viene a la mente el caso reciente de un científico de 104 años que acaba de llegar a Suiza solicitando la eutanasia. ¿Cuál era su problema? Estaba aburrido de vivir. Claro, seguramente le pesan los años, tal vez no sería igual si conservara la vitalidad de la juventud. Aunque siempre hay jóvenes se sienten vacíos y por eso caen en vicios, drogas, alcohol, retos y juegos absurdos

He leído de gente que pretende frenar los avances de la ciencia en determinado punto. Lo considero absurdo, más que frenarlos, lo que hay que hacer es regular sus usos y aplicaciones. Frenar la ciencia sería como frenar la imaginación en los niños, y eso es lo más hermoso que tenemos.

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