Nov
24

LA AMENAZA LATINA

Hablaba en el blog anterior de la amenaza que la sociedad norteamericana siente sobre la inmigración latina; amenaza a la seguridad y tranquilidad de la convivencia. Pero la sensación de inseguridad sobre los latinos va más allá aún; es más profunda. Me explico, el crecimiento de la comunidad latina es exponencial. Todavía es una minoría, pero en escaso tiempo claramente se ha convertido en la mayor de las minorías en Estados Unidos, y, a este paso, en varias décadas amenaza con convertirse en mayoría. Además, al contrario que otras comunidades, como las asiáticas, que tienden a enclaustrarse bastante y a establecer sus relaciones y dirimir sus conflictos a nivel interno, sin que el resto de la sociedad lo perciba; la comunidad latina es claramente abierta, participativa y notoria, por lo que tanto las bondades como los vicios de nuestra cultura tienden a quedar mucho más expuestos en la sociedad norteamericana.

Ello hace que, independientemente de bondades y vicios, los norteamericanos sientan la cultura latina como extremadamente invasiva, y, por tanto, amenazante a su propia cultura. No me cabe duda de que si no fuera por esos “vicios culturales” latinos, algunos de los cuales, a los ojos norteamericanos, no son vicios, sino serios delitos, la sociedad norteamericana estaría encantada con la cultura latina, siempre y cuando sea eso, minoría. Pero con un mínimo de empatía es fácil entender que no vean con buenos ojos que lo que sea una minoría en el futuro sea su propia cultura, porque la cultura latina se haya convertido en mayoría.

Probablemente, antes de una mínima reflexión, muchos latinos estarían felices de que la cultura latina fuera la mayoritaria en Estados Unidos. A eso es a lo que nos lleva el orgullo infundado y la precipitación irreflexiva característica de nuestra cultura. Pero si reflexionamos un poco comprenderemos que si lo que queremos es una cultura latina dominante, no necesitamos salir de nuestros países; y que si abandonamos nuestros países latinos es porque lo que necesitamos es algo que nuestros países latinos, con su cultura latina, no nos dan; no nos han dado casi nunca, ni tenemos esperanza de que nos den en el futuro.

Ahora díganme, ¿Qué pasaría si convertimos a Estados Unidos en otro país latino? ¿A qué país nos vamos entonces a buscar las oportunidades? Algo así debió pensar el más de 30% de latinos que votó por un personaje impresentable como presidente. Me pregunto cuántos latinos hubieran votado a un candidato más presentable, con parecidas propuestas, pero expuestas de forma más amigable, razonable y conciliadora, y menos populista, aversiva y polarizante. No simpatizo en absoluto con el señor Trump ni con sus maneras. Simplemente trato de entender y transmitir el mensaje que la sociedad norteamericana nos está mandando con esta elección.

Estados Unidos es un país que se ha construido a si mismo en base a minorías que han ido llegando poco a poco de diferentes partes del mundo en diferentes épocas de la historia, y que se iban integrando en la base ya existente, que a su vez había ido creciendo de la misma manera desde los primeros inmigrantes, motivados siempre por asuntos relativos a la economía y la libertad. Así ha sido siempre, formándose una sociedad con una homogeneidad cultural en perfecto y sorprendente equilibrio con la heterogeneidad de cada uno de sus componentes. Y el componente latino ha sido claramente también uno de ellos. Pero es que ese componente latino ha sido siempre una clara minoría, como todas las demás. Sin embargo, cuando la minoría latina se convierte en una minoría demasiado grande, y notoria además, amenazando incluso con ser mayoría, ese equilibrio del que hablo está en peligro.

Pero no puede ser que se ponga un alto absoluto a la inmigración; no tiene sentido, porque Estados Unidos dejaría de ser lo que es. Estoy convencida de que se trata solo de un alto a la inmigración abusiva e incontrolada, una forma de decir, aunque muy mal dicho, “frenen que se han pasado el límite de velocidad”, y, la verdad, tiene sentido. Traten de recordar el escándalo que se armó en El Salvador por el caso de una mujer norteamericana, insisto, una sola, que viajó a El Salvador ilegalmente en busca de su hija. Se trató poco menos que como una cuestión de ofensa y amenaza a la seguridad nacional, mientras, al mismo tiempo, pretendemos que en el Norte reciban con los brazos abiertos a nuestro millón de salvadoreños ilegales.

Bueno, y entonces… ¿Qué hacemos con nuestro exceso de población que no tiene cabida en Estados Unidos? Buena pregunta, pero es que hay que hacérsela antes, no después de que el señor Trump les cierre la puerta. Ahora resulta que hay bastantes millones de personas que no tienen cabida ni en Estados Unidos, ni tampoco en sus propios países de origen, pero responsabilizamos a Estados Unidos de no darles la oportunidad, sin entender que tuvieron que marcharse allá porque fueron sus propios países quienes no les dieron la oportunidad; y sin entender que fueron a buscar el sueño americano porque no existe un sueño salvadoreño, ni mexicano, ni de ningún país latino. Tenemos hijos y más hijos para que se haga cargo de ellos el vecino rico, y les dé trabajo con el cual nos mantengan a nosotros, e, indirectamente, a nuestros sistemas corruptos. Es fuerte decirlo así, pero es la cruda realidad.

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