Hace algunos días leía una entrevista en el periódico español El País al neurólogo portugués Antonio Damasio. En ella, el profesor de la Universidad del Sur de California abordaba un tema fascinante: los sentimientos. Lamentablemente para muchos -sostiene el catedrático- la inteligencia es más importante que el sentimiento, especialmente para aquellos que no vienen de las humanidades o las artes y sí de de las ciencias y la tecnología.
Coincido con esa visión. Definitivamente, somos menos sensibles que antes. La proliferación de los medios de comunicación con sus imágenes descarnadas ha hecho que el morbo natural del ser humano se junte con la costumbre de ver cada día imágenes y sucesos más desgarradores, y que al mismo tiempo se sientan ajenos a nuestra realidad: “Eso le pasa a otros, no a mí….” Nos impacta, pero nos vamos acostumbrando, pues el bombardeo de noticias e imágenes hace que la mente se vaya acostumbrando y así perdemos nuestra sensibilidad al dolor y la tragedia ajena. Algo parecido pasa con la violencia: nos vamos acomodando a sus manifestaciones, aunque por otro lado parece que hay más énfasis por erradicarla.
Y así, de a poco nos estamos convirtiendo en autómatas, seres que van “a lo suyo” y «pasan de largo todo lo demás». Son comunes imágenes de gente pasando al lado de seres humanos sufriendo, muriéndose o siendo atacados, y lo hacen con una total indiferencia, más aún, en tiempos recientes se convierten en el objetivo de múltiples celulares grabando todo para hacerlo viral en internet. Somos como autómatas, ya sea por prisa, por no meternos en problemas, por desinterés o simplemente por distracción… Cualquiera de las cuatro razones, es preocupante. Y si es por convertirnos en autores de un video viral, peor aún. Vivimos en nuestro mundito, nuestra zona de confort, como los caballos con orejeras. Solo vemos hacia dónde vamos.
En la entrevista Antonio Damasio también habla de los primeros organismos. Y ahí también coincido, ya que los primeros organismos hacían vida comunitaria y de autoayuda. Eran parte de ciclos integrados de trabajos dirigidos al mantenimiento de las especies. Eso aún lo vemos en la simbiosis de algunas plantas, en la vida de las abejas y las hormigas. En los seres humanos, cuanto más difícil es la vida y los recursos, o por la falla educativa de la sociedad, se viven poniendo zancadillas para que el otro no avance, aunque esto signifique perder algo ellos. Ver https://dramendozaburgos.com/blog/los-cangrejos/
Por eso insisto en que los sentimientos están devaluados. Cada vez estoy más convencida que las computadoras nos reemplazarán en un futuro no muy lejano. De hecho, las máquinas ya hacen muchos trabajos mecánicos y repetitivos, pero empiezan a crear seres computarizados con sentimientos también. Pero los sentimientos no están devaluados sólo por la tecnología sino por la respuesta humana a las mismas.
Cada día es más común hablar de la deshumanización de la sociedad, incluso hay personas que llegan a decir que los mal llamados animales son más humanos que nosotros, las personas. Y esto no es solo porque las máquinas no pueden reemplazar sino porque por encima de los sentimientos está el valor del dinero como bien máximo y la avaricia de no conformarse con tener lo suficiente: siempre queremos algo mejor, o más moderno, o más jóven, o más sofisticado o más caro. En síntesis, la deshumanización es el síntoma de muchos males del Siglo XXI.