Alguna vez, allá por 1932, el pianista húngaro Rezso Seress compuso el tema musical Gloomy Sunday, al que luego llamaron la canción maldita, ya que decían que inducía al suicidio. De hecho, un artículo de la revista Time de 1936 recoge las historias de una serie de personas que misteriosamente se suicidaron -muchos se arrojaban al río Danubio- tras escuchar esa canción. Entre ellos, el mismísimo Seress, el autor. Tal fue la obsesión que la BBC inglesa durante más de cuatro décadas prohibió su difusión.
Hoy, más de 80 años después, la música sigue estando en la mira y nos sigue influenciando con sus poderes. Condicionan nuestro estado de ánimo, nuestra conducta y nuestras actitudes. Todo debido que a la larga esas letras, como las del reggaetón, van quedando impregnadas en nuestros cerebros. Puede parecer que ni las sabemos, que sólo seguimos un ritmo pegadizo y que suena bonito, lo cual nos provoca deseos de bailar, pero hay algo más.
La música activa neuronas y éstas activan sentimientos, emociones, conductas. Al final, esos pensamientos a los que les hemos permitido entrar sin siquiera darnos cuenta pueden afectarnos. Dependerá, en todo caso, qué tipo de escucha seamos.
Letras como las reggaetón incitan a la violencia, al sexo fácil… Esto ocurre, sobretodo, en las mentes más inmaduras, con baja autoestima y que ven a los cantantes como “el tipo cool», el ejemplo a seguir. Muchos pretenden emularlos y brillar como ellos en las redes sociales, llevando las letras de sus canciones a la realidad. Todo un peligro porque en ellas se habla de violencia de género, de violación y de sexo.
El colombiano J Balvin, uno de los reggaetoneros más famosos del momento, afirma que “el reggaetón es cultura». Y sí, la música, incluso esta, es cultura. Pero no hay que confundir cultura con el uso del vocablo «persona culta», que se ha usado tanto. La música es cultura, nos imprime, nos guía de un lado a otro, marca épocas, estilos de vestir, de bailar, pero toda esta cultura no definirá a alguien a quien cataloguemos de “culto”. Es más, alguien culto puede ser aquella persona que sabe mucho de la música en su influencia, pero no necesariamente la usa en su vida cotidiana o para educar a otros.
Es interesante la reflexión que hace un artículo del periódico El País (España) sobre la influencia negativa del reggaetón. Sus letras, asociadas con el abuso de sustancias y alcohol, oposición a la autoridad, rebelión, rasgos antisociales, y violencia de género pueden causar mucho daño. Y lo vinculan, principalmente, a un estudio de Universidad de Helsinki (Finlandia) en donde se advierte que los jóvenes son “especialmente vulnerables a las consecuencias negativas que acarrea la exposición al lenguaje sexual y vejatorio”.
Sin embargo, si intentáramos prohibir a nuestros hijos escuchar determinada música, quizás lograríamos el efecto contrario. Promoveríamos más el morbo, no sólo a escucharla, sino a ser clones de ellas para demostrar que nadie -y menos nuestros padres y/o maestros- les mandan. Deje que las oigan. Es más, comparta con ellos y a veces sepa hacer crítica de manera positiva, es decir resaltando lo bueno y lo no tan bueno.
Bajo ese mismo concepto, sería inútil exigir que las radios restrinjan esas canciones a un horario de protección al menor. O, peor aún, como en Coahuila (México), que intentaron prohibir su difusión en las escuelas y en determinadas estaciones radiales. Creo, más bien, que los padres deben tener al menor informado, comunicado y enseñarles a ser pensantes activos en todo lo que escuchan, ven y leen.
Esto se logra compartiendo todo lo que podamos con nuestros hijos, tratando de no ver escándalos sino la época, la cultura, la moda imperante y compartirlo con claridad, valentía y sinceridad con nuestros hijos o alumnos….. Recuerden también que determinada edad no les hace dueños de la verdad absoluta. Escuche, medite y muchas veces se sorprenderá de las opiniones de los más chicos. Todos tenemos cosas importantes que decir y disentir… Escuchando y dialogando es como enriquecemos nuestras vidas y participamos en otras.