Cuando pensamos en las necesidades de los niños, en lo que implica el mantenimiento de nuestros hijos, siempre pensamos en alimentación, ropa, techo y educación (no siempre). Y aunque todas ellas son necesidades básicas, tendemos a pensar que las necesidades básicas consisten en necesidades materiales que se resuelven materialmente y cuestan dinero. Incluso la educación, que no es material, sino más bien espiritual, tendemos a darle un sentido material: “La educación es necesaria para poder ganar más dinero”.
Tan poco cultivadas tenemos las necesidades espirituales que no muchas veces reparamos en otra necesidad básica en los niños, como es la necesidad afectiva. Y no significa ello que no haya muchísimas madres y no tantísimos padres (cada vez más) que den afecto a sus hijos, por supuesto, pero no es tan común que haya una clara conciencia de que lo que se está haciendo es realmente una necesidad básica. Es decir, les damos afecto por puro instinto maternal o paternal, porque nos nace, nos gusta y nos gusta cómo ellos responden, etc. Pero sin tener una clara conciencia del beneficio que ello conlleva para ellos, o los perjuicios ocasionados por la carencia de afecto.
¿Y por qué es importante esa conciencia de la necesidad que tienen de afecto? ¿Por qué no basta simplemente con dárselo por instinto? Pues porque los actos instintivos se hacen para satisfacer una necesidad personal y no la necesidad de ellos. Es decir, nosotros, madres y padres, también necesitamos darles ese afecto, sentimos esa atracción, nos complace, y por eso se lo damos. Es como un juego mutuo que nos apetece jugar, y en el que ambas partes nos sentimos complacidas, especialmente cuando son pequeños. Pero los padres no siempre estamos de humor para ese juego, no siempre tenemos tiempo, no siempre estamos en disposición de ofrecerles ese cariño, particularmente cuando van dejando de ser pequeños. Hay muchos niños que incluso desde muy pequeños, prácticamente no saben lo que es el afecto.
Frecuentemente llega un momento en el que ese juego ya nos empieza a resultar no tan atractivo, o hasta aburrir un poco, y vamos dejando de practicarlo. Nos atraen más las reuniones sociales, los negocios, el trabajar más para traer más dinero a casa, y lo justificamos pensando que estamos trayendo más dinero para nuestros hijos. Y no es que sea incierto, pero con ello ya estamos convirtiendo en material una necesidad que es puramente espiritual y que no se puede satisfacer materialmente. El afecto no necesita de mucho tiempo, pero sí de presencia continua y dedicada. El beso, el abrazo, la caricia, el apapacho, el contacto físico, las palabras cariñosas… son para ellos mucho más que una muestra de que se les quiere, es una especie de super vitamina que les fortalece enormemente su auto estima, la seguridad en sí mismos, y la sensación de pertenencia a un grupo, que les protege y les guía, su propia familia.
¿Y cuáles son las consecuencias de la carencia afectiva en los niños? Pueden ser muy variadas y en diferentes grados, pero comúnmente estos niños sienten sobre todo desconfianza, inseguridad y temor; falta de referencia y de criterio, dificultad de discernimiento de los valores, confusión entre lo material y lo espiritual (por desconocimiento de esto último); falta de autoestima, tendencia a perjudicarse a sí mismos por agradar a los demás, y dificultad para proyectar afecto a su vez. En el futuro difícilmente estarán a gusto con alguien en forma duradera, pero al mismo tiempo también estarán a disgusto en soledad. La persona satisfecha de cariño en su niñez aprende a quererse y a tenerse siempre a sí misma en el futuro, y a no sentir soledad aunque aparentemente esté sola, porque nunca está sola; siempre está consigo misma.