Siempre vemos a la muerte con recelo y temor. Es inevitable. Muchos, incluso, desarrollan un miedo excesivo, algo que la ciencia llama tanatofobia, en honor al dios griego Tanatos, al que se le encomendaba la tarea de quitar la vida a los hombres- y que puede resultar perturbante. Pero es lógico que tengamos temor, es el miedo a lo desconocido, a dejar de existir de la forma que conocemos.
“Lejos de considerar la muerte como algo natural ligado a nuestra condición de seres orgánicos, morir es una tragedia para la existencia humana”. La reflexión surge de los psicólogos españoles Francisco Cruz Quintana y María Paz García Caro, autores del libro SOS, déjame morir: ayudando a aceptar la muerte. “En una sociedad desarrollada donde hay objetos y soluciones para casi todo lo imaginable resulta incomprensible que aún no se haya encontrado remedio a la muerte, a lo que nos hace morir”, concluyen.
Y es que la muerte sigue siendo un misterio. De alguna forma las religiones desean dar soporte al miedo y a la incertidumbre sobre lo que habrá más allá de la muerte. Pero la verdad es que no estamos preparados para afrontar ese momento: ni el nuestro ni el de nuestros seres queridos. Las religiones viven centradas en eso, nos ayudan a encontrar una explicación a la misma y, sobre todo, a tener esperanza ante ella.
Sin embargo, en el hogar esos temas son tabú, porque se siente que es como llamar a la muerte solo por el hecho de hablar de ella. Lo mismo por preparar testamentos, por pedir no tener asistencia extra para vivir o por hablar de cremación o entierro cuando llegue la hora.
Aquellos con profunda fe aceptan la muerte como algo natural, lo consideran parte de un proceso y no el final de una vida. Otros, como en el caso de los enfermos terminales o gente que sufre mucho, ven a la muerte como una solución. Actualmente, con el tema de la eutanasia -también llamado suicidio asistido-, una persona enferma puede decidir en qué momento quiere morir. Claro, esto en caso de que viva en uno de los países donde esto sea legal, como Bélgica, Holanda o Japón. Hace poco, un señor de 104 años pidió morir y lo hizo cantando y alegre.
Una cuestión interesante es ¿cómo reaccionaría un ser humano si supiera la fecha exacta de su muerte? Imagino dos tipos de casos. Para algunos creo que podría ser más atemorizante: entrarían en pánico y hasta morirían antes por el susto, ya sea de un ataque al corazón u otra enfermedad. Otros, en cambio, planificarían mejor sus días, disfrutarían más su tiempo, y valorarían todo lo que han logrado.
A la muerte hay que darle la importancia que se merece, ni más ni menos. Pero no debe condicionar nuestras vidas. Hay algunos hechos que podrían ayudar a desdramatizar el tema. Por ejemplo, vivir una vida rica o productiva, sin asignaturas pendientes. Por otro, tener fe en la vida eterna al final de los tiempos, una creencia religiosa que genera paz y ayuda a aceptar la muerte. También es importante planificar temas como el testamento, la cremación o el entierro y otras voluntades. Pero, por sobre todas las cosas, empezar a hablar con total naturalidad de la misma. Al fin y al cabo, a todos nos llegará la hora.