Hay palabras o términos que van evolucionando con el correr de los tiempos, y si bien su significado no varía en absoluto, sí lo hace su connotación, su uso y su aceptación en determinados círculos sociales.
En esa línea encaja perfecta la palabra “divorciada”, un adjetivo que en algún momento era asociado a algo negativo, a una pesada cruz que había que sobrellevar con la mayor dignidad posible. Ahora, en cambio, ser divorciada hasta da cierto status. “No se trata ya de un estado civil, sino de un distintivo de una mujer que ha tomado las riendas de su propia vida, liberándose de convencionalismos obsoletos, y abrazando su autenticidad sin reservas”, escribió la periodista Andrea García Baroja en el periódico El País.
Históricamente, el matrimonio se consideraba una institución sagrada e indisoluble. La idea de que dos personas prometen permanecer juntas «hasta que la muerte los separe» ha sido arraigada en muchas culturas. Por lo tanto, el divorcio se veía como una falla, un símbolo de fracaso tanto personal como social. Sin embargo, esta percepción está cambiando.
Definitivamente, en las nuevas generaciones ser divorciada es algo que no se esconde ni se dice en voz baja. Es que hemos sido siempre machistas y se miraba mal a la mujer que no se casaba virgen o a aquella que decidía divorciarse. Bajo esa lógica antigua y perversa, era mejor aguantar a un alcohólico, drogadicto o mujeriego antes que divorciarse.
En cierto modo, ahora divorciarse tiene otro alcance, sobre todo para los más jóvenes. No es solo tomar la decisión de acabar legalmente con un matrimonio que no funciona, sino que implica dejar la tristeza, las amistades tóxicas y las rígidas reglas de la sociedad. También abre las puertas a un nuevo amor, con libertad -no libertinaje, por supuesto- y cierto cuidado, ya que si tiene hijos deberá tener precaución de quién mete a su casa.
“Esa palabra siempre ha tenido una connotación muy negativa porque la mujer separada ha sido una desgraciada. Ahora ya no. Una divorciada es una persona que se elige a sí misma, que deja atrás algo que no le es bueno y que prioriza su cuidado”, explica Bronté, un sociólogo español muy popular en redes sociales.
En cambio en los hombres, el rótulo de divorciados los hace más cotizados y siempre hay alguna tonta por allí que hasta dicen que “los casados son interesantes, con su anillo y todo», aunque muchos caballeros se dan un aire de irresistible sin sospechar que la verdadera atracción es su gruesa billetera. Hoy los divorciados no deber cargar con esa condena social que alguna vez tuvieron. Cada vez son más las mujeres que se divorcian, pero no por coscolinas, sino por dignidad; además, para evitar malos ejemplos a los hijos, si los hay.
“El divorcio es un acto de valentía, un acto de amor propio”, escribió la investigadora española Ana Bernal-Triviño. “Hay que ser muy fuerte para mirar a tu pareja a la cara y decirle que se acabó, porque conlleva un cambio de vida. La otra opción es no desarrollar tu personalidad, sino amoldarse a las circunstancias”, agregó. La reivindicación del divorcio, al menos en las nuevas generaciones, representa un cambio significativo en la percepción cultural y social de las relaciones matrimoniales. Más que la ruptura de un vínculo, el divorcio es un acto de afirmación personal y libertad individual.