Como he comentado innumerables veces, la educación de los hijos es un proceso que empieza desde el momento en que nacen, o preferiblemente, incluso antes ¿¿¿Cómo??? Pues sí, la actitud de la madre durante el embarazo, su motivación, su ilusión, su tranquilidad, etc., se constituyen en la preparación del terreno para construir la educación. Si hacemos la tarea bien hecha en cada etapa, la siguiente etapa normalmente será mucho más sencilla. En la medida en que hayamos dejado tareas sin hacer en las etapas anteriores, construir educación suele volverse cada vez más complicado en las siguientes. Es como las matemáticas; si no se aprendió a sumar, restar, multiplicar y dividir en los grados inferiores, difícilmente se podrá luego entender álgebra en bachillerato.
En un post referente a la educación a través del control de la frustración, hablaba de como aplicarlo en los primeros años de vida, desde que el bebé nace, y una lectora, en su comentario, preguntaba por las técnicas utilizadas para poner límites a los hijos y aplicar el control de la frustración cuando éstos ya son más mayorcitos. Es lo más común del mundo el no haber hecho bien la tarea desde un principio; a fin de cuentas, nadie nos enseñó nunca, ni nos hizo conciencia de su importancia. Y nunca es tarde para empezar, pero recuerden lo dicho en el párrafo anterior. Querer empezar la tarea cuando los hijos tienen entre seis y doce años ye es menos sencillo, y ya cuando son adolescentes es un poquito complicado. Después de la adolescencia es ya más probable que sea la propia vida, a base de golpes, la que les enseñe, pero eso significará manchas, limitaciones, pérdida de oportunidades, y desorientación en sus vidas.
Quiero insistir mucho en esto. Insistiré mil veces, porque hay muy escasa conciencia sobre ello. Los padres tienen escasa conciencia de la importancia que tienen los límites y el control de la frustración en la educación de los hijos. Es muy común la contradicción de aceptar esa importancia solo de palabra, pero decir lo contrario con la actitud, dándoles todo lo que piden, primero porque los padres asumimos que con ello estamos dando amor y bienestar a los hijos. No les negamos nada, normalmente cosas intrascendentes, para que no sufran, o para que no hagan berrinche, pero luego les privamos de otras cosas que serían convenientes para ellos porque a los padres no nos apetece o tenemos otros intereses (Nuestra conveniencia, o nuestros intereses, por pequeños que sean, siempre los ponemos por encima del de nuestros hijos).
Después solo empezamos a ser conscientes de que algo no está bien, y nos sentimos desconcertados cuando vemos que empiezan a estar fuera de control. Es entonces y solo entonces cuando en algunos casos buscamos ayuda, y en otros, la mayoría, tratamos de aplicar soluciones radicales por nosotros mismos, que frecuentemente llevan a un distanciamiento con los hijos, a veces definitivo. Otras veces, para evitar ese trauma, simplemente terminamos aceptando que la situación siga como está, renunciando a cualquier posibilidad de solución.
No esperemos a que la situación se salga de control para actuar. Tomemos conciencia de la importancia de actuar desde el principio. Por supuesto que haciendo la tarea desde la primera etapa siempre existe la posibilidad de que algo se salga del guió, pero esta posibilidad será mucho menor, y, en todo caso, mucho más fácilmente de reencauzar la situación. Hablaba de que solemos anteponer nuestros intereses al de los hijos, y no somos conscientes de que desde el momento que somos padres, nuestro interés principal debe ser, precisamente, el de nuestros hijos.