Romper el molde, pensar fuera de la caja, ser únicos. En teoría, el mundo nos invita a ser diferentes. Basta leer algunas de las tantas frases que ilustran los señaladores de páginas o tarjetas de cumpleaños para comprobarlo. Desde la del rockero Kurt Cobain, con su “Se ríen de mí porque soy diferente. Yo me río de ellos porque son todos iguales” hasta la del escritor turco Mehmet Murat Ildan y su consejo: “Sé diferente para que la gente te pueda ver con claridad entre la multitud”.
Sin embargo, en la vida real, la situación no es tan idílica como se plantea en esas ingeniosas frases motivadoras. A la persona diferente -ya sea por su raza, por su orientación sexual, por su nacionalidad- se la tiende a segregar. Nos asusta todo lo que sea diferente. Los consideramos como bichos raros. Estamos muy acostumbrados a ver lo diferente como algo que nos inspira miedo, alarma y peligro. Automáticamente nos bloqueamos, lo tratamos de apartar o negar porque no sabemos cómo reaccionar ante ello.
Además, si eso diferente puede aparecer en nuestros hogares o entre nuestros conocidos es todavía peor. Y mucho más si los “diferentes” somos nosotros mismos que aun no lo hemos percibido. Al aparecer, puede tocarnos, ¿por qué no? En las razas, nos preocupa el cambio de costumbres o la moral, pero el problema es que nos cerramos. No intentamos comunicarnos ni tratamos de entender, o al menos tolerar, lo diferente.
Puede haber excepciones, pero normalmente casi siempre se sienten discriminados, expuestos, juzgados, rechazados y hasta agredidos con expresiones groseras o utilizando lenguaje inadecuado. Les llamamos indios, negros, chinos… A todo aquel que deseamos minimizar le aplicamos un apelativo que los diferencia de nosotros. El reciente asesinato del afroamericano George Floyd demostró, por ejemplo, que en Estados Unidos el racismo es un tema no resuelto y esta nueva herida tardará en cicatrizar.
Desde nuestra óptica, todo aquel que no se ajusta a los parámetros normales entra en la categoría de “freak”. En otras palabras, personaje raro. Se trata de gente que nos asusta y que no logramos entender, más si se trata de subculturas como los emos, los punks, los góticos y otros seguidores de esas tribus urbanas. Esa intolerancia suele ser inculcada desde el hogar y es allí donde debe hacerse el cambio. Luego, por supuesto, debe continuar en los centros escolares. Esto se irá reflejando en la sociedad y en los medios de comunicación, en cuyos anuncios se han visto algunas intenciones de derribar estereotipos, como hombres haciendo labores que siempre se han considerado femeninas, pero no es suficiente.
Y ni hablar si nos referimos a la orientación sexual, porque a pesar de todos los progresos de los últimos años seguimos siendo una sociedad homofóbica y la comunidad LGTBQ es la que más padece esa intolerancia. El Centro Latinoamericano de Sexualidad y Derechos Humanos, en conjunto con la Universidad del Estado de Río De Janeiro, realizaron un sondeo en América Latina sobre las consecuencias de pertenecer a dicha comunidad: el 77% de los encuestados admitió ser discriminado por su condición sexual mientras que el 66% afirmó haber recibido agresiones de algún tipo.
En cuanto al lesbianismo, ni se diga, ya que implica dos diferencias: ser mujer y que no les agrade el sexo opuesto… A más diferencias, más temor y más rechazo. Puede que de cara al público la gente se muestre algo más abierta, pero en lo privado los prejuicios siguen casi intactos.