Recientemente leía una estadística que cifraba en más de 20 millones la cantidad de NI NIS en Latino América. Para los que no estén familiarizados con este término de nueva acuñación, se ha dado en llamar NI NI´s a aquellos jóvenes que NI estudian NI trabajan; en otras palabras, que están al margen del mercado laboral, bien sea real o potencialmente, ya que la condición de estudiante se considera como fase de preparación para acceder al mercado laboral.
No conozco bien los criterios considerados para ofrecer esta estadística, pero aun siendo muy alta, dista bastante de la realidad, de la misma manera que dista muchísimo de la realidad la estadística de personas desempleadas que se nos ofrece oficialmente (pero si incluso la cantidad de mareros es mayor que esa). Probablemente en uno y otro caso se consideran personas empleadas a personas del mercado laboral informal que ofrecen algún servicio tan innecesario como intrascendente, y a quienes damos alguna propina más por temor que por gratitud, como los “cuidacarros”, por poner un ejemplo.
No deben ser incluidos en el “Ni trabaja” a las personas que están activamente en la búsqueda de empleo, ni a las que realizan las tareas domésticas de su casa, puesto que esta es una labor necesaria que requiere una dedicación, y que está considerado como trabajo por la OIT. Más bien, el “Ni estudia ni trabaja” se refiere a aquellos jóvenes que no hacen ni lo uno ni lo otro, y que, además, no muestran estímulo o iniciativa alguna por ello; en otras palabras, que no saben qué hacer con su vida, ni les importa mucho.
El problema de los NI NI´s va mucho más allá de la situación de parasitismo en la que viven y en la que tienden a perpetuarse. Hay una serie de consideraciones que les van a arrastrar, probablemente, hacia caminos poco sanos. En primer lugar está el cómo disponer del tiempo libre, que es todo. Las probabilidades de que antes o después tiendan a ocupar su tiempo en actividades nocivas son altas, entre otras cosas, porque las actividades nocivas surten el aliciente que necesitan y que falta en su vida.
Por otro lado, en casa serán objeto de críticas y reproches, y, además, su baja autoestima por la situación que viven, les hará sentirse en inferioridad respecto a los otros miembros del hogar, y tenderán a evitar la compañía familiar. Por todo ello, tenderán a casi no pasar tiempo en casa, y a pasar mucho tiempo en la calle, donde coincidirán con otros jóvenes en similar situación. Es fácil suponer que los riesgos de caer en drogadicción o en pandillas es alto.
Pero la cuestión es, sobre todo, buscar la causa del problema para tratar de resolverlo desde ahí, porque una vez que la situación de NI NI se hace crónica, es cada vez más difícil activar el estímulo del joven para orientar su vida sana y productivamente. Tanto familia como sociedad tendemos a culpabilizar al joven por esa situación; sin embargo, difícilmente hacemos una reflexión sobre nuestra propia culpa como familia o como sociedad. Como sociedad cabe preguntarse si se ofrece suficientes oportunidades de capacitación y de empleo digno a los jóvenes. Seguramente la respuesta es que no.
Y, por otro lado, como familia, hemos de preguntarnos cómo orientamos la vida de nuestros hijos desde que son pequeños, porque esa, a fin de cuentas, es labor de padres y madres. La respuesta, en la mayoría de los casos, es que no hay ningún tipo de orientación, de plan, de proyecto o de estímulo para nuestros hijos en su desarrollo. Los hijos van creciendo a como dé lugar, por sí solos; y si algo se tuerce, tendemos a maltratarlos, o simplemente a rezar para que se enderecen. No sabemos hacer otra cosa. ¿Cómo esperamos que cuando tienen quince o veinte años tengan un estímulo que nunca les hemos dado? Nuestros hijos no son lo que son; son lo que los padres hacemos de ellos.