Dentro de los trastornos mentales la psicopatía, en mayor o menor grado, es uno de los más comunes, aunque, a la vez, de los menos reconocidos; tal vez por el desconocimiento de su significado, de su contenido. A veces hemos escuchado referirse a alguien como un psicópata, y nos suena como a algo parecido a estar loco, o algo así. De hecho, mucha gente tiende a resumir los diferentes trastornos mentales en una sola palabra; estar loco.
Sin embargo, la psicopatía, más que como un trastorno mental, cabría considerarla como un trastorno social de la personalidad del individuo. Me explicaré para que se entienda bien clarito. El psicópata es, básicamente, la persona que no atiende ni considera los valores o los intereses generales y comunes, ni las reglas o las leyes que buscan el bien común. En cambio, crea sus propios valores y sus propias reglas en base a sus intereses particulares, estrictamente personales, sin considerar el interés de otros, o el perjuicio a otros, ni el interés o el perjuicio social; frecuentemente, ni siquiera el interés o el derecho de sus familiares o seres cercanos.
El psicópata muestra un fuerte comportamiento antisocial, y, al mismo tiempo suele ser abierto, deshinibido, seductor y envolvente en su relación con los demás. Nótese que esto no es una contradicción; no confundamos ser social con ser sociable. El psicópata tiende a ser sociable por su carácter abierto y fácil relación con los demás, pero al mismo tiempo es antisocial porque siente poca o nula empatía por los demás, y porque no considera los intereses o los derechos de los demás sino solo sus propios intereses y sus propias reglas. Está bién lo que a él le beneficia, sin importar si perjudica a otros; y está mal lo que obstaculiza su beneficio.
Precisamente su carácter abierto y sociable suele ayudarle no solo a pasar inadvertido como psicópata, sino a crearse una imagen positiva ante los demás, y a ganarse su confianza. Sin embargo, como suele decirse, es solo una piel de cordero que esconde un lobo dentro de sí. Y es que el psicópata siente muy poca o nula empatía por los demás, y muy poca o nula sensación de remordimiento o arrepentimiento. Sus muestras de pesar o de alegría por asuntos de otras personas suelen ser pura actuación, y suelen ser buenos actores.
Pero el mayor problema con los psicópatas es que sus únicos valores son aquellos que benefician su interés personal, lo que significa que tenderá a satisfacer su interés personal sin importarle lo más mínimo el perjuicio que con ello le esté ocasionando a otros, a veces incluso, insisto, a familiares o seres cercanos. Es común, por tanto, que tras ganarse la confianza de los demás, tienda a aprovecharse de ella en su interés. Cualquiera que se interpone en sus pretensiones se convierte en su enemigo y objeto de su odio, y tenderá establecer alianzas y a fabricar bulos para descreditarlo y quitarlo de enmedio de la forma que sea.
El psicópata tiende a ser obediente con las leyes siempre que vea que desobedecerlas entraña alto riesgo, pero es una obediencia basada absolutamente en el temor, y para nada en el respeto a las mismas. Y es que, en el fondo, la única ley que el psicópata considera es su propia ley en base a sus propios intereses, por lo que si ve la posibilidad de burlar las leyes o los derechos ajenos para su beneficio, y sin ser descubierto, lo hará sin el más mínimo recato ni remordimiento.
Naturalmente que este trastorno se da en diferentes grados, desde leve hasta muy severo, y frecuentemente combinado con otros trastornos y otras manifestaciones; pero ahora que sabe cómo es básicamente un psicópata, seguro que le han venido a la mente más de dos o tres personas conocidas, posiblemente incluso algún familiar; y puede ser que hasta usted mismo, aunque le cueste reconocerlo. Pero probablemente le han venido a la mente infinidad de políticos. Sí, en este gremio es donde más abundan los psicópatas. Y no es extraño; la personalidad sociable del psicópata le ayuda a ganarse la confianza de la gente que le va a votar. Después, desde una posición de poder le es más fácil burlar, adaptar o deformar las leyes de interés común para satisfacer sus intereses personales.