Las películas, especialmente las de Hollywood, nos han enseñado que la depresión femenina, sobre todo en mujeres entre 28 y 40 años, se combate comiendo. Y más si es sola, frente a la TV, consumiendo un enorme bote de helado o uno de grasosa comida china. La primera imagen que se nos viene a la mente seguramente es la del sufrido personaje de El Diario de Bridget Jones, siempre con problemas sentimentales.
En fin, eso no es un mito ni un cliché. En términos generales es bastante cierto. El hecho de comer nos pone felices y lo asociamos a nuestros primeros años, cuando nuestra madre nos alimentaba y nos reconfortaba. Algunas madres, incluso, utilizan en exceso este recurso, algo que también se suele aplicar en las guarderías. Por supuesto que no es un paliativo, es simplemente un modo de pasar el mal momento.
Tampoco ayuda utilizar la comida como premio o incentivo de forma constante para los niños. Básicamente, lo mejor es usar diferentes motivaciones, como salidas, compra de algo que les agrade y, a medida que crezcan y maduren, alabar el esfuerzo. Y estimular la satisfacción personal de culminar metas y lograr objetivos. En otros casos, en cambio, un mal momento genera el efecto contrario: se cierra el estómago y desaparece el apetito. Esto suele ocurrir en gente más «orgánica», menos emocionalmente asociada a la idea que comida equivale a satisfacción y bienestar.
En el factor orgánico el organismo rechaza la acción de alimentarse en una primera etapa de un problema, ya que dirige, toda su atención a la resolución del problema, pero si la persona asocia la comida inicialmente a confort, se dirigirá primero a llenarse de la misma. El mecanismo interno que nos lleva a comer compulsivamente en estas situaciones una compensación al hecho indeseable o traumático a través de la comida.
Podemos, en cierto modo, asociar la obesidad a la tristeza o la angustia. Como decimos, si esa sensación de soledad “se resuelve” a través de la comida, entramos en una peligrosa espiral. Porque luego vendrá la angustia ligada al aumento de peso y la tristeza subsecuente, sin que se pueda romper fácilmente ese círculo vicioso. Se necesita una reeducación o entrenamiento para cambiar este recurso de comer por otro más adecuado para canalizar nuestra frustración sin sentirnos culpables luego.
Existen terapias de modificación de conducta para esto, como si se tratara de una adicción. De hecho, para muchos humanos la comida se vuelve una adicción. Ese peligroso círculo vicioso puede provocar, incluso, posteriores desórdenes alimenticios en una persona, sobre todo cuando en casa se gira alrededor de las dietas, esquemas corporales estereotipados, y además no se fomenta el ejercicio.
Además de la comida, los estados de tristeza pueden desembocar en otras adicciones como beber en exceso, fumar, juegos de azar o la compra compulsiva de ropa, especialmente en el caso de las mujeres. Esto no hace otra cosa que alimentar el círculo vicioso, ya que probablemente la ropa no le quedará como desean y el proceso se vuelve autodestructivo.