En la actualidad, la cantidad de niños que tienen un peso por encima de lo normal es mayor que nunca, y lo peor es que la tendencia es a aumentar. Quizás los riesgos de la obesidad durante la niñez son más psicológicos que físicos, al verse expuestos en el medio social y escolar a burlas y marginación, pero el mayor problema va más allá de todo eso. El mayor problema es la falta de conciencia de las causas que la provocan, condiciones que la mantienen, e indeseables consecuencias que puede tener en el futuro. Esta falta de conciencia hace que un niño obeso sea, probablemente, un adulto obeso. De hecho, las estadísticas muestran que en el 80% de los casos, así es. Y en la adultez, los riesgos físicos derivados de la obesidad son serios, tanto más cuanto más se avanza en edad.
Niños con sobrepeso, u obesos, en alguna medida, los ha habido siempre, y en algunos casos debido a causas naturales. Sin embargo, que el porcentaje aumente significativamente en los últimos tiempos solo puede ser debido a causas ambientales, es decir, hábitos modernos que lo provocan o lo fomentan. Entre ellos, sobre todo, están los hábitos alimenticios y los hábitos lúdicos, o sea, de diversión. La infancia actual es cada vez más tendente, casi adicta, a ciertos tipos de bebidas y alimentos procesados, de atractivo sabor (artificial, por supuesto), y fácil consumo, que a parte de no aportar prácticamente nada desde el punto de vista nutritivo, tienden a provocar obesidad.
En efecto, una bolsa de papas fritas, por ejemplo, no va a provocar problemas por sí sola, pero sí puede iniciar una adicción de la que el niño, a su corta edad, es completamente inconsciente. El solo es consciente de que le gusta, y, por tanto, la quiere comer. Si los padres no son conscientes del riesgo, el niño consumirá abundantes cantidades de esos productos. Y para que el niño no se aburra de ellos, el fabricante saca al mercado las mismas papas fritas con veinte sabores diferentes. En la medida en que el niño empieza a ganar peso, si los padres no son conscientes del problema, o son indiferentes ante él, o son del tipo de padres comodones que dan al niño lo que pide para que esté contento y no moleste, el consumo de estos productos se vuelve un hábito cada vez más difícil de detener, que continuará en el futuro porque ha generado sólidas raíces.
De igual forma puede hablarse de los hábitos lúdicos. Hace décadas los niños eran felices jugando en la calle o en casa de una forma dinámica. Después, el televisor empezó a cambiar hábitos. Los niños encontraban la diversión que necesitan de una forma estática, sin moverse del sofá. El control remoto hace que no tengan ni que levantarse a cambiar de canal. Al mismo tiempo, los juguetes que salían al Mercado eran juguetes que jugaban solos, y el niño era simple espectador. Posteriormente, los videojuegos no han hecho más que añadir aliciente a la diversion estática. No pasa nada porque los niños pasen una tarde frente a una pantalla, pero ellos, por sí mismos son incapaces de reconocer el riesgo de abusar de esta prácica. Si no lo hacen los padres, por inconsciencia, indiferencia, o comodidad, satisfacer el ocio sin quemar calorías se convertirá igualmente en hábito para el resto de la vida, y la posibilidad de obesidad será mucho más alta.
Los hábitos se suelen generar y se corrigen en la niñez. En la adolescencia es ya un poco más difícil corregirlos, a no ser que alguna circunstancia genere la consciencia de la inconveniencia al adolescente. Ya en la juventud es más difícil, aunque, al igual que en la adolescencia, la conciencia de la imagen física personal, especialmente en las mujeres, es un fuerte aliciente para modificar ciertos hábitos; mucho más que la conciencia de los riesgos para la salud. Ya en la adultez, es bastante difícil, y frecuentemente sucede solo después de que nuestro organismo ya nos ha dado un muy serio aviso.