La forma en que la obesidad incide en la autoestima también depende de la persona afectada, sobre todo de su edad y género. Desde la niñez, la incidencia aumenta al crecer, y se hace especialmente acusada en la adolescencia y primera juventud por ser la etapa de la vida en que, debido a la inseguridad e inestabilidad de valores y criterios, el descubrimiento del cuerpo, la naturalidad del cuerpo escultural y la atracción hacia el sexo opuesto; la imagen física tiene un valor especialmente fuerte. Posteriormente disminuye con la edad, pasando a ser más un problema de salud física que de salud mental. Por otra parte, en cuanto al género, la incidencia suele ser mayor en la autoestima de la mujer que en la del hombre. Pese a que cada vez más hombres tratan de cuidar este aspecto, el hombre obeso siempre encuentra cierto refugio en una cultura que disculpa este tipo de problemas al hombre más que a la mujer.
La obesidad no solamente daña la autoestima directamente a quien la padece, sino que indirectamente incide en otros aspectos de la salud mental y en definitiva, también en la autoestima de muchas personas que ni siquiera la padecen. Esto es, la obesidad no hay que entenderla solo como el exceso de peso de algunas personas, sino que es también el objeto de una obsesión por evitarla. En muchas personas, dicha obsesión, además de llegar a ser patológica por sí misma, tiende a provocar otra serie de patologías como la anorexia y la bulimia, o adicciones a drogas, medicamentos o tabaco, que de algún modo tienden a contrarrestar los efectos de la ingestión de alimentos sobre la obesidad.
De este modo, lo único que se gana es mantener la imagen corporal, que pareciera que hoy día es lo único importante, pero el riesgo y las consecuencias para la salud física puede llegar a ser mucho más severas que las inherentes a la propia obesidad; y la salud mental muestra también claras señales de deterioro, no solo por lo patológico de la obsesión en si misma y de las conductas nocivas que se adoptan, sino porque la propia persona es consciente de su problema, y tiende a esconderlo a la vez que a negarlo, claro síntoma de que la autoestima también está dañada. Y al no ser un problema tan «visible» como la obesidad física, la persona piensa que consigue ocultarlo, pero para los demás suele resultar también bastante evidente. Por otro lado, hay casos, particularmente en la anorexia, en los que se llega a extremos tales de delgadez que incluso la imagen física pierde tanto atractivo como en la obesidad.
Pareciera entonces que bajo los actuales patrones culturales resulta difícil escapar de los efectos negativos que sobre la autoestima tiene la obesidad, bien sea como manifestación física del exceso de peso, o como obsesión. Y ello es por haberse perdido el equilibrio entre el valor de la imagen física y el valor de la imagen humana en favor de la primera, y por haberse convertido la obesidad en ícono de lo antiestético, de la antiimagen. Y mientras se mantengan dichos patrones en vano se puede proponer fórmula alguna para rescatar esa autoestima dañada. Quizá sirva un llamado a la reflexión sobre los graves daños a la salud mental, física y social que ciertos valores actuales están provocando.
Dra. muy agradecido por toda la luz que me arrojo sobre lo negativo de la obesidad para la autoestima. Salud.