Las patologías mentales son una especie de enemigo invisible. Su intangibilidad promueve todo tipo de sospechas, que van desde la negación o el descreimiento hasta la segregación del paciente afectado. Es bastante común también que muchos confundan problemas de salud mental con posesiones diabólicas, como si ese mal inexplicable solo pudiese ser obra de fuerzas oscuras.
Es precisamente el desconocimiento lo que lleva a pensar algo así. Además, es mucho más sencillo atribuir al demonio lo malo e inexplicable que a la ciencia. A mayor educación es menos común que suceda esto, pero incluso algunas religiones propician las creencias de posesiones del diablo en vez de esgrimir argumentos científicos.
En la población en general hay poca información de las enfermedades mentales y desgraciadamente hay poca difusión de las mismas, sobre todo de los gobiernos. En casos como este, donde convergen temas religiosos con médicos, es difícil romper ese estigma sin ser confrontativo e incluso arriesgándose a ser llamado ateo en el mejor de los casos, o hasta recibir castigos físicos en religiones menos tolerantes.
Durante muchos siglos, a la esquizofrenia se la asociaba como un mal diabólico más que una enfermedad, ya que síntomas como delirios y alucinaciones no cabían en otro concepto. Por aquel entonces, cuando nadie hablaba de trastorno mental, se pensaba que escuchar voces y tener un comportamiento extraño era signo inequívoco de posesión. Lo mismo ocurría con otras patologías del mismo tipo como el Síndrome de Tourette o la epilepsia. ¿Quién más podría hacer convulsionar a una persona que el mismísimo demonio?
Si bien la población está más informada que en aquellos tiempos, aún existe mucha confusión y desconocimiento, y ese es el terreno idóneo para aquellos que dicen “exorcizar” puedan hacer su gran negocio. En Europa, por ejemplo, un exorcista puede ganar hasta 15,000 dólares con el oficio de ahuyentar malos espíritus del cuerpo. Es cierto que hay gente buena y muy profesional tratando de ayudar, pero también una serie de charlatanes que lo único que desean es engañar a los clientes hasta que les pueden exprimir todo el dinero posible.
Este fenómeno se da en todas las religiones, ya que las fuerzas oscuras abundan en todas las creencias, en todo caso sólo cambian de nombre y de forma. Además, está el factor negacionista: para muchos es más fácil centrarse en tratar de “expulsar espíritus malignos” en lugar de trabajar en los problemas reales que subyacen en el interior.
En ese sentido, son interesantes las afirmaciones del sacerdote Mike Driscoll, autor del libro Demons, Deliverance, Discernment: Separating Fact from Fiction about the Spirit World. “Un católico me dijo alguna vez haber escuchado que la mayoría de las personas internadas en los hospitales psiquiátricos sufrían de ataques demoníacos, en lugar de problemas de salud mental. Es una tontería. Si bien el diablo nos tienta a todos, especialmente en nuestros puntos débiles; las personas que cada día visito en nuestra unidad de salud mental luchan con problemas mentales y emocionales reales”, confesó.
Esto viene desde el principio de los tiempos, cuando no era posible adjudicar un mal a un agente externo conocido -como un puñal, un accidente o una mala comida- y por lo tanto se consideraba una obra del demonio. Para peor, la mayoría de los casos las enfermedades mentales o neurofisiológicas tiene sintomatología bastante aparatosa hasta que se suele medicar. Sin educación, sin información y sin campañas de difusión, las enfermedades mentales deberán convivir con su propio estigma hasta poder deshacerse de él.