Me llamó la atención, hace algún tiempo, la actitud de los padres de tres jóvenes que, intentando secuestrar a un familiar de un comerciante, murieron víctimas de los disparos de éste, que actuó en defensa propia. Sin poder evitar el dolor por la pérdida de sus hijos, estos padres aceptaban como lógica la trágica consecuencia de la conducta criminal de los jóvenes.
Y me llamó la atención, porque no es nada común esta actitud objetiva. Las valoraciones que suelen hacer los padres sobre las conductas de sus hijos suelen estar cargadas de subjetividad e irresponsabilidad, poniendo la mano en el fuego por ellos después de haber descuidado una adecuada educación, y de no estar al tanto de sus actividades, o no querer reconocerlas.
Frecuentemente, el descuido en la educación de los hijos, obedece a razones distintas a la negligencia. Puede existir la negligencia cuando hay consciencia de algo. Pero muchas veces, causas socioculturales impiden que exista consciencia de la importancia de una adecuada educación a los hijos por parte de los padres, y, mucho más frecuentemente aún, es la incapacidad y el desconocimiento para ejercer esa labor.
Es común en los padres el pensamiento de que los hijos se van formando por sí mismos; y es mucho más común todavía la sensación de impotencia, de no saber qué hacer, cuando las cosas no van bien; pero también es común el desestímulo y la apatía para buscar ayuda; en parte porque no existe realmente una oferta pública de ayuda, y la oferta privada es inaccesible para la mayoría; pero en parte también porque se espera que la ayuda sea una especie de varita mágica que lo resuelva todo con un toque, sin entender que la ayuda implica un compromiso de ellos mismos, al que no suelen estar muy dispuestos.
Es un paso adelante reconocer la equivocación de los hijos, aun cuando ello haya sucedido ya después de la tragedia; pero debe mover el otro pie a dar el siguiente paso, que es admitir la posibilidad de que nuestros hijos no tengan conductas adecuadas, antes de que sucedan consecuencias que nadie, y menos los padres, deseamos; y buscar ayuda y tomar las medidas oportunas para corregir la situación.
Las conductas inconvenientes de los hijos pueden y deben detectarse en el hogar. El Estado debe responsabilizarse de fomentar la existencia de “hogar y familia estructurada”, la consciencia de la responsabilidad familiar en la educación adecuada y detección de posibles trastornos conductuales en los hijos; y ofrecer la ayuda necesaria, que es mucha.