En los últimos tiempos ha habido un sensible auge de negocios que tienen por objeto alguna forma de explotación sexual del cuerpo humano; aun cuando algunos de ellos pregonen que su actividad no se trata de prostitución, con objeto de tranquilizar la conciencia de su fuerza laboral, y de no provocar el ambivalente rechazo de la sociedad salvadoreña.
Prostitución es cualquier forma de explotación sexual del cuerpo por dinero o bienes materiales, bien sea a través de una relación sexual física directa, o de la pornografía, o, simplemente, del exhibicionismo. El concepto de prostitución no toma en cuenta el alcance de esa explotación sexual, porque no está ahí el problema; sino en la sensación de baja autoestima y degradación moral, tanto a nivel social como, sobre todo, individual, que provoca el rebajar algo tan íntimo y sagrado como el propio cuerpo, a la categoría de “mercadería”, de cualquier forma que sea usada la misma.
La prostitución que cobra auge hoy día no es esa común que ha existido siempre, y a la que, de alguna manera, empujan las condiciones socioeconómicas de amplios sectores sociales; sino que es una prostitución más electiva, en la que se involucran con absoluta frivolidad personas de condiciones más favorables, con el único objeto de una remuneración más alta que la que ofrece el mercado laboral tradicional.
Ello lo prueba el ofrecimiento de los “servicios” de señoritas universitarias, que ha proliferado en los últimos tiempos, y que, me imagino, pretende elevar el estatus del oficio, a la vez que pone de manifiesto una triste realidad de la educación superior, y es que en muchos casos a penas sirve para adornar el currículum en el desempeño de otros oficios, incluido el más antiguo del mundo.
Últimamente la prostitución ya no es como antes que las mujeres eran explotadas y no les daban pago alguno por sus servicios, ahora las prostitutas reciben un buen pago de parte de los clientes, aunque no hay que desconocer el mal que le hace la prostitución a la sociedad.