Jun
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SOBRE MEDICOS Y CURANDEROS

En alguna ocasión ya me he referido a las etnoprácticas y a sus riesgos, debidos a la empírica e informal adquisición de su conocimiento, y al profundo desconocimiento del cuerpo y mente humanas, por parte de quienes las practican informalmente, que son casi todos, llamense shamanes, curanderos o sobadores; sin que nadie responda por ello, y sin que exista regulación alguna al respecto.

La dificultad para que las autoridades intervengan en este tema se achaca a que la fe en estas prácticas forma parte de la cultura de la población, especialmente la de escasos recursos. Pero, ¿por qué, pese a los incontables casos de «mala praxis», que no suelen ser denunciados, persiste esta fe?. La respuesta hay que buscarla en la propia ignorancia y escaso nivel de conciencia de la población. En estas condiciones, a penas cabe el razonamiento, y la explicación a las cosas se fundamenta en el llamado «pensamiento mágico»; es decir, las cosas no suceden por un proceso natural, que tiene una explicación racional, sino que son obra de alguna forma de poder superior desconocido, benigno o maligno, pero mágico, sobrenatural.

Si mágicas son las causas, mágicas tienen que ser las soluciones, por lo que las soluciones científicas, que son las que emplean los médicos, no tendrán mucha aceptación, tanto menos cuanto más simples sean. A fin de cuentas, el médico no es más que un humano, cuyo conocimiento no puede ser valorado por la ignorancia, y menos aún si su práctica no obedece a «poderes ocultos», como la de los shamanes. Si una mujer piensa que la diarrea de su hijo se debe a un «ojo», en vano tratará el médico de convencerla de una solución tan simple como darle abundante líquido, porque eso lo puede hacer cualquiera. Si el médico se hiciera pasar por shamán, pronunciase un conjuro, y diera el tratamiento adecuado, disfrazado de poción mágica (la conocida «toma»), tendría la total credibilidad de esta población.

En el otro lado de la balanza, no ayudan mucho las prácticas de algunos médicos, insisto en la palabra «algunos», por deshonestas. Me estoy refiriendo a dos tipos de prácticas que son más comunes de lo deseable. Una es la del abuso intencional de la medicación, en perjuicio de una atención humana minuciosa, que puede reportar al médico un triple beneficio económico. Primero, porque permite atender más pacientes en menos tiempo; segundo, porque en ciertos casos se produce una adicción a dichos medicamentos, y por tanto a tener que recurrir al médico para obtener la correspondiente receta; y tercero, por las comisiones que los laboratorios pagan a los médicos por recetar sus productos.

La otra práctica a la que me refería es la tendencia a pretender ser especialista en todo o casi todo, sin la debida preparación ni acreditación. A algunos, un cursillo ya les basta para considerarse especialistas; otros no necesitan ni eso. Si esto cambiase, tengo mis dudas de que la población que confía en los curanderos lo haría en los médicos, pero no me cabe duda de que el resto de la población lo haría bastante más. ¡Cuánto trabajo por hacer para la Junta de Vigilancia de la Profesión Médica!.

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