Según se va tomando mayor conciencia de la importancia de la salud mental en el sano desarrollo de una sociedad, se va destacando el fundamental papel que juega la familia en la salud mental de las personas. De hecho, la salud mental de los adultos está determinada, en un porcentaje muy elevado, por las circunstancias de la relación familiar en su niñez y adolescencia.
En nuestro País a penas se está empezando a descubrir tal relación; en otros países dicha relación lleva ya bastante tiempo siendo estudiada, y ello fue lo que me motivó, en mi etapa de preparación profesional, a capacitarme intensamente en lo que llamamos “terapia familiar”, es decir, el análisis de la relación familiar en todos sus aspectos, la detección de los puntos anómalos de la dinámica familiar, su relación e incidencia en la actitud y conducta de cada uno de sus integrantes a nivel individual y colectivo, tanto intrafamiliar como extrafamiliar, y las consecuencias de todo ello en las posteriores etapas de la vida, especialmente en los hijos.
La terapia familiar es bastante más compleja aún que la terapia individual, puesto que en ésta última, el paciente, aunque suele ofrecer algunas resistencias, suele estar consciente de la necesidad de atención, desde el momento que él mismo la solicita. Sin embargo, en la atención familiar, suele haber una parte que obtiene ganancia de la relación anómala; y otra parte, que suelen ser los hijos, que obtiene pérdida. Ello suele provocar una fuerte resistencia de la parte “ganadora” a aceptar un tratamiento, porque ello supone modificar la estructura de la dinámica familiar que desde hace tiempo les es favorable. El resultado: Futuros adultos con una salud mental marcada porque en su niñez o adolescencia fueron víctimas de una relación familiar no saludable.
La salud mental de la familia, como conjunto, es fundamental para la evolución de la salud mental de los hijos, tanto a corto como a largo plazo. Los padres suelen ser inconscientes de esa relación, y solicitan atención para el hijo porque es él quien manifiesta el problema, pero sin darse cuenta de que el hijo no es más que el vehículo a través del cual se expresa una problemática del conjunto familiar, del que los padres son los directores.