Repetidamente se ha tratado de buscar una respuesta a la violencia social que vivimos en tiempos recientes. Ha habido diferentes tipos de propuestas, como la iniciativa de leer la biblia en las escuelas, o la de replantear la asignatura de moral y cívica, u otras, manejadas frecuentemente en forma de decretos; propuestas casi todas que tienden a ubicar la solución al problema en la escuela, y que, con toda su buena intención, tienden a eximir de responsabilidad a la familia en la formación de los hijos. No debemos engañarnos; la pérdida de valores no depende de que la escuela tenga o no, estrategias que lo eviten.
La escuela es la menos responsable de la situación que vivimos, y es a la que pedimos que nos proporcione la receta mágica. De hecho, en materia de formación de valores, la escuela tiene escaso poder frente al que tiene la familia, o incluso la propia sociedad a través de las relaciones sociales y de sus medios de comunicación, y, sobre todo, de la transmisión de valores mediante los grupos sociales. La función principal de la escuela es la formación académica, y es ahí donde debe mejorar; la formación humana es una función secundaria y complementaria a la de los padres de familia, de quienes es responsabilidad fundamental.
Los valores no se aprenden con su lectura o estudio, y mucho menos sin una adecuada y objetiva explicación. Los valores se aprenden viviéndolos, y se toman de quienes son la referencia fundamental para los niños, es decir, los padres. Las relaciones sociales y los medios de comunicación tienden, de modo sutil, a afectar cada vez más desfavorablemente dichos valores; especialmente en la adolescencia; y es responsabilidad de la familia el control de la situación.
Pero si la familia no existe, o no cumple su papel, y el medio social presiona más y más, en vano pretendemos que la escuela haga el milagro. Somos los adultos los que debemos educarnos para que, como padres y como sociedad, asumamos nuestra responsabilidad para con nuestros hijos; tarea dura de enfrentar, que requiere de algo más que simples decretos.