Límites

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Nuestros hijos decían: «Qué molestan, papás, con sus ‘haz esto’, ‘haz aquello’. ¡Odio esta familia!»

«Bueno, hijos… está bien, pero les contaré una historia sobre por qué lo hacemos, aunque a ratos nos odien.»

Esa noche a la hora de dormir, inicié mi historia con este cuento…

Quería explicarles las ventajas de tener límites, y las consecuencias de no tenerlos o tenerlos en exceso.

Ya preparándolos para dormir, les pregunté si cuando se les indicaba una norma, se sentían molestos. Me contestaron que sí. Luego les pregunté cómo se sentían al cumplirla y respondieron: «Tranquilos y contentos de haber cumplido».

También les pregunté si deseaban quedarse despiertos hasta que quisieran y nos olvidáramos del cuento. Me contestaron: «No, queremos escucharlo».

Bueno, les dije… Había un hogar donde los padres ponían un día una norma, y al día siguiente se les olvidaba.

Los niños, en un principio, estaban contentos. Se acostaban cuando deseaban, comían a cualquier hora y no sabían a qué horas verían a sus padres.

Empezaron a tener problemas con el estómago, comían sin hambre, tenían ojeras, y no sabían si mamá o papá les harían compañía o les explicarían los deberes de ese día.

Comenzaron a sentirse abandonados y les daban miedo los sonidos que antes sus padres les explicaban.

Les dijeron a los padres: «Necesitamos saber qué hacer, qué debemos y qué no; qué es bueno y qué no lo es; queremos unos padres que nos guíen y unas normas que seguir.»

Y así fue desde entonces, a medida crecían los límites se hacían más flexibles, y los niños al ser jóvenes eran más seguros. Aprendieron a desenvolverse de forma adecuada en la sociedad.

Los niños entendieron el porqué de los límites, que no era fácil mantenerlos cuando ellos protestaban tanto y que el amor de sus padres les hacía perseverar. Contentos, dijeron: «Hasta mañana», comprendiendo aún más el gran amor de sus padres.