No es fácil ser padres de hijos que tienen problemas de los mal llamados psiquiátricos, y digo esto porque cuando se pronuncia esta especialidad inmediatamente la gente entra en pánico, mientras que si hablamos de alergias o diabetes, por ejemplo, la cosa parece más llevadera. Si observamos en nuestros hijos conductas excesivamente inquietas, problemas de concentración, de tristeza, a veces tristeza extrema y alternada, aunque no necesariamente, con periodos de excesiva alegría, o parece que hablan solos, ven cosas que otros no, etc., el primer paso es reconocer que existe una necesidad de consulta, y hacerla lo antes posible. Muchos padres tratamos de postergar esto por temor a escuchar una mala noticia o un diagnostico adverso, y el problema suele crecer y hacerse a veces más intenso, produce reacciones negativas, sentimientos de baja autoestima, etc.
Es necesario acudir al profesional a la brevedad posible y seguir sus indicaciones. Cuando se acude a una consulta es importante hacer todas las preguntas necesarias y tener en cuenta que en la mayoría de los casos será necesario hacer más exámenes complementarios, test psicológicos y todo lo necesario para que el diagnóstico sea lo mas acucioso posible. Media vez se ha establecido un diagnóstico, ya sea provisional o definitivo, hay que considerar que la enfermedad o el problema no va a desaparecer de forma inmediata, y que en la mayoría de los casos no desaparece totalmente, sino que se vuelve más llevadero, funcional, y se evita que se produzcan otros daños colaterales.
Debo insistir en la importancia de seguir las indicaciones «medicamentosas» pues muchas veces se consulta hasta con la vecina o la señora del mercado y se opta por seguir las indicaciones de estas personas, que por muy de confianza que sean, lo serán en otras cosas, pero no en medicina. Además, claro, se lo ocultan al profesional, no dándose cuenta de que aunque éste no se dé cuenta, el daño es para el paciente. Es muy importante también tener en cuenta que los tratamientos farmacológicos no son milagrosos, y en la mayoría de los casos deben ser acompañados por hábitos sanos, psicoterapia, terapias educativas, relajaciones y todo lo que sea necesario.
También debe de requerirse una asesoría familiar para que el núcleo de personas que rodean al paciente sepan qué esperar de los tratamientos, y cooperen en los mismos. Si los pacientes están en época escolar también deben incluirse a los profesores, al menos los que más tiempo pasan con los niños y adolescentes.
Se debe tener en cuenta que «cooperar» en el tratamiento no es sinónimo de «consentir» a los pacientes; que deben aprender a vivir con sus problemas y a responder de la mejor forma posible a los acontecimientos de la vida cotidiana.
Existen casos en que los pacientes no desean tomarse los medicamentos; si de niños se trata, es más sencillo, porque simplemente «hay que darselos». En caso de adolescentes o adultos se le debe insistir en la importancia de tomarlos, ya que la mayoría de las veces las recaídas graves son causadas por la falta de responsabilidad para cumplir con los fármacos o también al ser combinados con alcohol y/u otras drogas.